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Sol y sombra

Demagogia barata

Era lo previsible y, además, lo que él mismo quería dar a entender con su peculiar apego a la cursilería. El «corazón en ayuno» que ofrecía Cascos a los asturianos en el acto de investidura de Javier Fernández no era un simple guiño a Confucio por medio de un tal Zhuang Zi, sino una declaración de intenciones con el fin de echarse al monte a las primeras de cambio. O, por decirlo de otro modo, una simple táctica de cazador en espera de que salte la pieza.

No hay corazón que ayune en alguien tan dispuesto a comer carne cruda y a no guardar dieta de honorabilidad política. Por eso, el ayuno de Cascos ha durado lo que la movilización minera ha tardado en llegar a Madrid. Menos de un telediario. Y, como buen demagogo que es, el líder de Foro se ha apuntado a ella en compañía de otros dirigentes, mientras su partido votaba a favor del recorte a las ayudas al carbón en el Congreso.

Alguien se preguntará si es posible mayor desfachatez y sólo el tiempo se encargará de responder afirmativamente, porque el plan de Cascos consiste en esperar impacientemente a que el cadáver de Asturias pase por delante de su puerta para reemprender la reconquista pendiente, basada como suele ser habitual en él en la venganza que rumia.

Y ¿por qué impaciente y no pacientemente? Pues porque el tiempo, en su caso, no juega a favor de las lentas imposturas, sino de los puñetazos en la mesa, que caracterizan a un temperamento tan bronco. No digo que Cascos no esté por el orden espiritual de las cosas de Confucio, otra cosa es que pueda permanecer sujeto a él sin caer en la tentación de pegarle una patada a la puerta. Lo hizo para intentar regresar al PP y también para salir de él. En su corta etapa al frente del Gobierno del Principado, no se dedicó a otra cosa que a propinarle coces al sentido común y a la convivencia institucional. Y, ahora, el orden espiritual que reclama es el de la demagogia: seguir engañando a los asturianos con el fin de sacar rédito de la dificultad, defendiendo a la minería y, a la vez, apoyando los recortes.

No sabemos si su maestro es Confucio o Fernández Villa, pero sí que vuelve a trapacear.

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