Salía en el programa «Callejeros». Trabaja en el servicio técnico de un camping benidormense y afirma orgulloso mientras corretea y hace flexiones: «No hay una sola barra de discoteca que se me resista». Tiene un método infalible: «Para desvirgar una discoteca», metaforiza el chaval, se sube a la barra y se desnuda, «monto el show», para que «a todas las chicas, desde la más grande hasta la más chica, se les caiga el moco», metáfora también y juego de palabras, cuánta riqueza expresiva atesora el gachó. Aunque no llega a los treinta, ya conoce a fondo el alma femenina: «Yo les ofrezco este pedazo de cuerpo diez, no quieren otra cosa. La cámara lo sigue hasta su casa, «mi picadero», en una de cuyas paredes cuelga una foto del menda acompañado de un fiero bull terrier: todo va cuadrando. Hojea una revista en cuyo interior se exhiben unas señoritas desnudas o casi lo que le da pie al Melli (así le llaman, por tener un hermano mellizo, aunque de «genética» diferente: menos cachas, vaya) para darnos a entender que también es experto en las profundidades del alma masculina: «Lo que nos viene gustando a todos: tetas operadas y culo operado», con esa perífrasis tirando a inglesa que tanto orla el decir del pollo.

Pero llega enseguida la salvedad fundamental de su discurso, explicada con una sintaxis algo barroca: «Por lo que se ve no vais a ver libros». En efecto, posee uno solo: «Anatomía y fisiología del ejercicio físico». Y lo explica: «La verdad es que no me gusta leer, no. No me gusta acostarme leyendo un libro porque lo veo de peleles». (Aclaro: «pelele» es «persona simple o inútil». Un servidor de ustedes, que lee tras acostarse, es un simple o inútil en la consideración del Melli). Pero no habla por hablar, se basa en datos empíricos: «En mi trabajo hay dos abogados, de servicio técnico, con lo que no creo que hoy en día estudiando puedas llegar a tener un buen trabajo». (Corrijo: que dos abogados no tengan lo que nuestro hombre llama «un buen trabajo» no conlleva que ningún abogado lo tenga, como empíricamente también podrá comprobar cualquiera). La clave del Melli para tener un buen trabajo es «el éxito, llegar a la televisión y hacerte un hueco en el mundo ese y ya está, y ser un personaje, por así decirlo». Su padre, presente en la entrevista, asiente, también con sintaxis convulsa, quizá por la emoción: «A mí me gustaría cuando sintiera la televisión que lo oyera, decir "joder, mira mi niño, dónde está"». (Cito el «Juan de Mairena» machadiano: «"¿Le basta a usted ver a un niño para suspenderlo?". Mairena contestaba, rojo de cólera y golpeando el suelo con el bastón: "¡Me basta con ver a su padre!"»). Padre e hijo usan con profusión el verbo «mear» como sinónimo de «practicar el coito», según quise entender. Así, cuando el joven pregunta «¿Hoy meamos a alguna o no meamos a alguna?», no duda en responder el papá: «Esta noche meamos a alguna». Su esposa sonríe al fondo. Y Melli se prepara: la noche llega. Pantalón, camiseta, zapatos sucios y «la prenda estrella», unos calzoncillos negros que el aquí firmante no se pondría ni sometido a las más severas vejaciones y torturas. El padre subraya: «Ahí, ahí, pa triunfá».

Tal vez porque yo sea un pelele por lector, le deseo al Melli que triunfe en lo suyo, que le vaya muy bien. Tal vez porque yo sea un lector, me resultaría insoportable vivir en un mundo en que los mellis de turno y sus padres fuesen el modelo imitable. Camino de ello vamos. El culto obsesivo al cuerpo, el desprecio a la mujer y, por ello, a la inteligencia, la chulería y el analfabetismo funcional pagado de sí mismo conforman un modo de actuar que tiene un nombre, un nombre infame que mancharía esta página si lo escribiese. Pónganlo ustedes mismos.