1.- No podemos negarlo. Ante los ingleses tenemos los españoles un cierto complejo que nos viene de haber aprendido de niños las batallas de la Armada Invencible (1588) y de Trafalgar (1805). Estas derrotas frente a Inglaterra, más la pérdida de Gibraltar desde comienzos del siglo XVIII, motivaban que cuando los profesores de Historia Medieval, ya en la carrera de Filosofía y Letras, nos explicaban que en 1372, en tiempos de Enrique II el de las Mercedes, la Armada de Castilla, aliada de Francia, había derrotado a la escuadra inglesa en la batalla de La Rochelle, casi no nos lo creíamos. Y todavía nos costaba más trabajo creer que las naves astures y vasconas hubieran apresado, en 1375, ochenta y cuatro navíos de una Armada inglesa que navegaba hacia La Rochelle, según cuenta don Jesús Evaristo Casariego («Asturias y la mar», página 51).

Cuando España venció a Inglaterra 1-0, con gol de Zarra, en el Mundial de fútbol de 1950 en Brasil, la transmisión de Matías Prats y Enrique Mariñas, por radio, creó tal entusiasmo en España que parecía vengada la derrota de la Armada Invencible. Del mismo modo que el famoso gol de Marcelino frente a Rusia, en el Europeo de Madrid de 1964, fue interpretado por el régimen como si la selección española de fútbol hubiera derribado el Muro de Berlín.

Exageraciones al margen, los siglos XIV y buena parte del XV fueron los de mayor pujanza de las villas marítimas vasco-astures y de las hermandades que las representaban y, aparte de las campañas oficiales bajo la bandera del rey, en la guerra del corso naves de Avilés, Luarca y Llanes se enfrentaron con éxito a los ingleses.

2.- Pero no fueron éstos los únicos éxitos astures frente a los ingleses. Después de destruir a la Armada española en Trafalgar (1805), los ingleses intentaron en 1806 y 1807 la ocupación de Buenos Aires y Montevideo. Toda la experiencia acumulada por los asturianos en las amarradiellas, entonces habituales tras las romerías, dio sus frutos en la defensa de las ciudades del Río de la Plata. Además de usar armas convencionales, los asturianos usaron también, en la lucha callejera frente a los invasores ingleses, estacones de quebracho, que sustituían ventajosamente a los palos de fresno o de avellano de las romerías astures.

En los intentos de los ingleses de apoderarse de Buenos Aires, en 1806 y 1807, dos compañías de voluntarios formadas por asturianos e integradas en el Tercio de Cántabros se batieron con gran coraje, contribuyendo decisivamente a la expulsión de los invasores. A pesar de la gran cobardía del virrey Marqués de Sobremonte, que huyó ante la presencia de los británicos, el brigadier de la Real Armada don Santiago de Liniers y Bremont tuvo la genial idea de agrupar a los combatientes españoles y criollos en cuerpos separados, según su lugar de origen, aunque la mayoría fueran vecinos de Buenos Aires. Incluso los batallones gallegos contaron con una gaita escocesa, arrebatada al enemigo. Si ya los clásicos griegos aconsejaban evitar la lucha contra un ejército que llevara flautista, se entenderá que los tercios de voluntarios gallegos, al son de una muñeira, multiplicaran su valor. Los ingleses no podían entender que, si pocos meses antes habían acabado con la escuadra española en Trafalgar (21-10-1805), ahora los tercios de voluntarios españoles y criollos de Buenos Aires se volvieran casi invencibles. El 12 de agosto de 1806 Liniers rindió a sir William Carr Beresford -vencedor de mil batallas- en la actual plaza de Mayo, y, un año después, Liniers obligó al general John Whitelocke a evacuar Montevideo y la bahía de la Plata (09-09-1807). A su regreso, el general inglés fue degradado por la humillación causada a la Gran Bretaña por «una chusma de mulatos españoles».

Los apellidos de los voluntarios asturianos no dejan lugar a dudas: Pidal, Busto, Caveda, Solís, Fernández, Méndez, Menéndez, Molleda, Morán, Merodio, Rodríguez, Infiesta, González, Cuyar, Viñas, Carrandi, De la Prida, Tuero, Rivero, Linera, Escandón, Miyares, Migoya, Lavín, Collera, etcétera. Muchos de ellos, como el gaitero gallego, perdieron la vida en la defensa de Buenos Aires y, hoy, dan nombre a una plaza o calle de la gran ciudad. Así, el capitán Unquera, de San Juan de Berbío (Piloña), designó al actual paseo Florida; posteriormente le asignaron otra calle porteña; Diego Álvarez Baragaña, de Gijón, murió en la segunda invasión inglesa y su nombre figura igualmente en el nomenclátor bonaerense, como el médico militar José Fernández, de Celorio, el teniente coronel José Matías Gutiérrez, de Llanes, y Francisco Trelles, probablemente del occidente asturiano. Muchos de los españoles y los criollos que se enfrentaron a los ingleses protagonizaron, poco después, la independencia argentina, como Manuel Belgrano, formado en la Universidad de Oviedo, quien ante la invasión inglesa proclamó: «Queremos al viejo amo o a ninguno». O como Narciso de la Prida, de Llanes, quien presidió en 1816 el Congreso de Tucumán, donde se firmó el Acta de la Independencia.

En definitiva, una página de oro protagonizada por los astur-argentinos, al lado de otros criollos y emigrantes españoles, y casi totalmente desconocida en la propia Asturias.

3.- Desde que, a mediados del siglo XIX, los fundadores del marxismo escriben «La ideología alemana», se sabe que los condicionamientos ideológicos y los intereses pueden llegar a producir «una versión invertida de la realidad, como en una cámara oscura». Por eso, una buena parte de los universitarios asturianos en USA (ver Saúl Fernández: «Pedro Menéndez de Avilés». LA NUEVA ESPAÑA, 07-04-2013) está revisando la historia que anglosajones y franceses han ido elaborando interesadamente acerca de la presencia asturiana y española en Florida desde hace quinientos años. En esta tarea colaboran profesores asturianos de origen descendiente de la emigración tradicional como Emiliano Salcines, Kenya C. Dworkin y Méndez, Suronda González, Bob Martínez, Art Zoller, José B. Fernández y Salvador Larrúa, con profesores de la nueva emigración universitaria, como Alberto Prieto Calixto y Santiago García Castañón.

La estrategia de la historiografía anglosajona ha sido, sobre todo, minimizar la importancia de la presencia asturiana y española a lo largo de más de trescientos años (1513-1821). Así, la Enciclopedia Británica sostiene que «los españoles tuvieron poco que ver con el desarrollo inicial de los Estados Unidos». Pedro Menéndez dio una buena lección de estrategia en la controvertida batalla de Fort Caroline, el día 20 de septiembre, día de San Agustín, de 1565. El Adelantado dejó que una gran tormenta diezmara la escuadra francesa, mientras atacó a través de la selva, arrasando el fuerte establecido por los franceses y perdonando la vida solamente a algunos católicos. Dos años después, en otra batalla de exterminio, en el mismo lugar, los franceses mataron a todos los españoles. Ni los triunfos de Menéndez fueron fruto del azar de una tormenta, ni la crueldad estuvo sólo de parte del almirante avilesino, sino que se dio por ambos bandos, condicionados por la dificultad de mantener prisioneros en la selva.

Pedro Menéndez mostró su buen sentido de asturiano al rectificar un lugar de desembarco, al hallarse éste poblado por indios caníbales, a los que el almirante no quería como enemigos ni, mucho menos, como amigos.

Los colectivos humanos necesitan, como las personas, del reconocimiento de algunos éxitos para mantener la propia estimación. Los centros asturianos de América se quejan con frecuencia de que en la historia de Asturias no se dedica atención a las realizaciones de nuestros paisanos más allá del charco. De cara al actual siglo XXI debemos incorporar a nuestra historia colectiva, como algo habitual, las actuaciones de nuestros emigrantes y de sus descendientes, que casi siempre son motivo de orgullo para los asturianos y de prestigio para la imagen de Asturias en el mundo.