Quienes están interesados en bajar el telón del verano de Gijón se llevaron ayer una decepción. Un domingo loco en la cuestión climatológica dejó la temperatura máxima del año, 28,9 grados, después de la tormenta matinal y bastante después de la locura de los datos de la humedad: el 96 por ciento a las siete y treinta y dos minutos, que se redujo al 28 por ciento poco después, a las siete y cincuenta y siete minutos. A la vista de las cifras oficiales habrá que convenir que Gijón no vivió precisamente un febrerillo loco, sino un último domingo de agosto en el que los vientos fueron cambiando con una especie de frivolidad inesperada. El bochorno del mediodía anunciaba tormenta, pero la tarde fue avanzando con viento fresco que alejó las nubes de relámpagos. Quizá sea un anticipo de los tiempos políticos que se anuncian en la ciudad.