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Asturias vive casi a diario duras movilizaciones laborales y campañas de solidaridad social por cierres de empresas que dejan en el aire decenas de puestos de trabajo. En cambio, ha perdido miles de empleos en el campo de manera silenciosa sin que ningún colectivo alzase la voz, ni a ningún sindicato le importase mucho. Eso tiene que ver hoy con la escasa valoración social de la actividad agraria, considerada secundaria cuando es parte de la esencia misma del paisaje del Principado, y tomada por irrelevante, cuando de lo que da la tierra comemos todos, y aspiramos a hacerlo cada vez de manera más sana y con alimentos de garantía.

Ni los gobiernos toman el asunto en serio, confundiendo más que guiando al sector, ni existen planes adecuados de formación que relancen las ocupaciones rurales. Los módulos profesionales en general acaban funcionando como aparcaderos de alumnos en vez de como focos de capacitación técnica de unas profesiones necesarias.

Desde finales de la década de los ochenta del pasado siglo, la política de abandonos de las fincas y las huertas ha provocado una hemorragia incesante que tiene su daño colateral en el despoblamiento de las aldeas. De 30.000 explotaciones la región ha pasado a apenas 2.200. Sólo entre 2004 y 2014 cerró el 20% de las ganaderías de leche que quedaban, con 800 empleos directos y unos 2.000 indirectos liquidados en ese periodo concreto.

Las prejubilaciones y las ayudas fueron las únicas alternativas ofrecidas para reconducir el sector primario. Encima con unas prestaciones poco generosas, nada que ver con las de otros colectivos. La única aspiración de una política agraria carente de visión y de estrategia durante décadas fue la de gestionar la subsistencia: disminuir las bocas cuando la tarta a repartir menguaba y mantener artificialmente mediante subvenciones la renta de los valientes que resistían.

En estos días vemos algo parecido a cuenta de la grave crisis láctea tras el final de las cuotas. La ministra de Agricultura, del PP, y la consejera asturiana, del PSOE, centran sus demandas en exigir un precio mínimo por litro de leche. Una ingenuidad, como si el mercado libre y global pudiera controlarse -ni la rígida planificación comunista lo logró-, y un imposible, pues las normas de competencia de la UE lo prohíben taxativamente. Desde aquellos famosos planes de electrificación y concentración parcelaria del inicio de la autonomía, nunca la Consejería de Desarrollo Rural se planteó relanzar la Asturias campesina con propuestas innovadoras.

La leche y la carne son actividades arraigadas de las que no se puede prescindir de un plumazo. De cada cien euros que ingresan los ganaderos veinte en el caso de la leche y nada menos que setenta en la carne provienen de subsidios públicos. Así, recurriendo de manera permanente a las muletas, no existe a largo plazo viabilidad posible. Nadie pretende que de la noche a la mañana surjan centenares de ocupaciones en la zona rural, aunque la experiencia enseña que quienes lo intentan acaban abriéndose camino a pesar de faltarles la orientación adecuada, padecer una Administración obstruccionista y carecer de canales de comercialización. Ahí están para testimoniarlo los casos que LA NUEVA ESPAÑA narra cada semana en sus páginas de El Campo, muchos de parados forzados a reinventarse con éxito como agricultores.

El kiwi, acogido con escepticismo al principio por desconocimiento, ha dado lugar a unas plantaciones en Pravia plenamente consolidadas. Las vegas de Argüelles empezaron a llenarse de fabas por imitación, con pequeños productores que cooperan. Igual ocurre en el Occidente. Las frambuesas, los arándanos, las grosellas y las fresas despegan por Gijón, Siero y el Oriente. Hay pocas patatas tan sabrosas como las de Grandas de Salime, con una semilla excepcional y dos meses más de cultivo en tierra que las normales. Pomaradas de manzanas de variedades con denominación de origen abundan por la Comarca de la Sidra.

Estas iniciativas son extensibles a otros terrenos en desuso en las rasas costeras y en torno al área metropolitana. Fincas que ya no se dedican a pastos o desatendidas por el éxodo de sus dueños. Fincas también pequeñas, el minifundio sigue constituyendo un grave problema, que si reportaran un rendimiento a los titulares, vía alquiler o reparto proporcional de beneficios, resultaría factible agrupar y explotar.

Asturias compra fuera lechugas, tomates, cebollas, pimientos? que podía producir aquí con una riqueza y un valor añadido superiores a los de otras comunidades. Casi ni en las ferias tradicionales, a través de las zabarceras, resulta posible obtener esos géneros autóctonos. La de la región nunca será una agricultura de producciones masivas, como las de la zona levantina. Nos pueden servir de ejemplo amplias comarcas francesas e italianas que viven estupendamente de la fama y la calidad de sus cosechas, y de explotar con racionalidad y sentido común los fecundos recursos, variados y complementarios, que la Naturaleza puso a su alcance.