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El bolso de la señora Pastor

A propósito del sobrio complemento que lucía la nueva presidenta del Congreso

Torpe fotógrafo, me quedé, no obstante, en el magín con la imagen de doña Ana Pastor bajando la escalinata del hemiciclo, desde donde llaman gallinero, altura que tras mi lesión cardiovascular fueron, en Estrasburgo, escaños socorridos para óptima no deambulación.

Lucía la nueva presidenta del Congreso con bolso, clásico por mujer, en mano diestra. Solo platiqué, y muy fugazmente, una vez con la tal Sra. Pastor y sería, creo, en La Granda de López Cuesta/Velarde Fuertes. Me resultó entonces, y reafirmé luego, que en una politiquería llena de chorizos e irresponsables, se intuía ponderada. El toque del bolso evocaba sobriedad, sin aspavientos. Me acuerdo de mi admirada Carmen Gómez Ojea irrumpiendo en las letras barcelonesas, de cuando Barcelona era el cosmopolitismo cultural que puede perder, mientras se confesaba ama de casa, ácrata y novelista pero ama de casa al fin, inmersa en declarados devaneos de jaretón y costuras.

Era todavía el tardofranquismo -¿otoño de 1969?- cuando otro excelente escritor, Carlos Luis Álvarez, Cándido por Voltaire, nacido en la ovetense calle Magdalena, tal Indalecio Prieto y él creía que Pérez de Ayala, se quejaba en su columna de "Pueblo" de que Gregorio Peces Barba, muy luego famoso Presidente bajocameral, hubiera exigido a alumna de Filosofía del Derecho que abriese su bolso lleno de pinturas, esencias, polvera, espejuelos, paquete de americano emboquillado, mechero dorado y la sospecha de las chuletas no precisamente de ternera.

Aquella anónima universitaria, cogida in fraganti, por la que abogaba el pequeño/gran Cándido, la cultísima escritora gijonesa y tantas mujeres como en el mundo son y han sido, dejando de lado las lujosas dádivas que dicen acepta la senadora Barberá, arrastran bolsos que se me hacen incomprensibles, lo que jamás entenderé mientras la utilización por cualquier hombre, aún sin tanto diseño ni abalorio ni cachivache, recibe denominación homófoba también incomprensible.

Doña Ana me pareció sencilla, normal, pálida hasta triste inexpresividad, como inaugurando dovelas, traviesas y/o ansiados tramos de asfalto; incluso de expresividad neutral y tolerante. Este periódico afiló pluma para semblanza: "premio a larguísima trayectoria", "berrinche al obtener un notable universitario"...

Alonso Zamora Vicente, secretario perpetuo de la Real Academia, asturiano/piloñés consorte, utilizaba la palabra "amenes" en su acepción de " final" o "finales", pero para la esperanza, no sé si ingenua, de que hogaño estemos dando en este país pasos firmes ante el asedio de deudas, corrupciones y secesiones cartageneras, opto por ese mismo litúrgico y polisémico "Amén" como "así sea" del catecismo Astete que memorizábamos en el parvulario.

Un bolso es un mundo ancho y ajeno. Confío que, llevando la contraria al afamado verso de mi gran y llorado amigo poeta, sin chuletas bolsistas, la historia de España termine, esta vez, bien.

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