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El señuelo del alivio

Poner el foco en la ultraderecha deja en sombras el debate sobre la UE y el modelo social

La UE suspiró ayer aliviada por la derrota del ultra Wilders en las elecciones holandesas. Además de felicitar al escuálido ganador, el neoliberal Rutte, la sesentona dama comunitaria debería agradecerle el alivio a sus verdaderos artífices, los votantes. Los holandeses acudieron a las urnas como nunca lo habían hecho en las últimas tres décadas (82%) y lograron que el apoyo a Wilders quedase reducido a un 13,1% o, lo que es lo mismo, a uno de cada 7,63 ciudadanos. Eso es lo que mide y pesa hoy en Holanda una ultraderecha xenófoba, islamófoba y eurófoba que, gracias al cordón sanitario de los partidos demócratas, no tenía posibilidad alguna de gobernar ni siquiera siendo el partido más votado.

Es indudable que la derrota de Wilders insufla dosis de calma en el compás de espera que se abre hasta las elecciones francesas de abril-mayo. Las semanas restantes hasta la primera vuelta presidencial gala habrían degenerado en gallinero ruidoso y hediondo de haber ganado el ultra. Pero ahí se acaban los motivos de alivio.

Aunque las urnas libres se les resistan, hace tiempo que los ultras han conseguido llevar el debate político a su terreno identitario -que tanto daña a la paralizada UE- y, para bien de los señores del dinero, dejar en sombra el debate social. Lo muestran con claridad dos hechos. El primero, que la victoria de Rutte haya sido atribuida a su firmeza ante las provocaciones del criptodictador islamista Erdogan. El segundo, que el eje del tablero holandés -la célebre centralidad podémica- se haya desplazado a la derecha. Pese a la cura de austeridad sufrida por Holanda estos cuatro años, su próximo gobierno será derechista, ya que, más aún que Wilders, los grandes perdedores de los comicios son los socialdemócratas. Pagan su coalición con Rutte con una caída desde el 24,8% del voto al 5,7%. Un hundimiento sólo comparable al del Pasok griego.

Así las cosas, la proclamación de un aliviado compás de espera ante las elecciones galas tiene mucho de engaño de prestidigitador. El foco se pondrá en la derrota de una Le Pen que, salvo catástrofe, ya está derrotada. Sin embargo, la campaña, fagocitada por los escándalos judiciales, ni se ha acordado de la UE ni apenas ha abordado dos evidencias: que Francia girará a la derecha -mucho si el verdugo es el católico Fillon; algo menos si lo es el banquero Macron- y que la socialdemocracia se llevará un descomunal batacazo. Si la UE no fuera sesentona, el alivio se le volverían sofocos.

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