La empresa pública minera Hunosa celebra a lo largo de este 2017 su medio siglo de existencia. A partir del próximo año, salvo un giro copernicano en las directrices energéticas de la Unión Europea, no quedarán pozos abiertos. Es la crónica de un destino anunciado hace mucho tiempo. Para el grupo que lo significó todo en Asturias y, en particular, en los valles del Nalón y del Caudal, sólo existen dos alternativas: o convertirse, con suerte, en una compañía residual, centrada en tareas de conservación de los pozos que será necesario seguir ejecutando siempre -los "costes eternos", los llaman-, o transformarse de una vez, con ideas novedosas, mucha ambición y voluntad política, en un entramado con futuro vinculado a actividades prósperas al margen del carbón.

Desde que hace 25 años comenzó la aplicación del sistema de prejubilaciones para reducir plantilla, asistimos a un proceso que encamina lentamente la minería pública hacia una muerte dulce, por mucho que los políticos pretendan disfrazar el asunto con otros ropajes. Hunosa representa un conglomerado peculiar, imposible de comparar porque además encarna una parte relevante en la historia de Asturias. Los ministros de las áreas económicas nunca le encontraron sentido por sus cuantiosos déficits ni ocultaron su preferencia por un cierre inmediato. Ocurrió con Solchaga y Boyer, recién llegado el PSOE al poder, o con Piqué, nada más instalarse el PP en la Moncloa. Por lógica mercantil, la cuestión no admite dudas. Lo increíble es que una empresa que lleva en números rojos, sistemáticamente, un año tras otro desde su creación en 1967 aún resista con esa mala salud de hierro. Pero liquidarla por las bravas habría supuesto un cataclismo social de enorme magnitud que el país no hubiera aguantado.

Hunosa jamás volverá a ser lo que fue, pero llega a sus horas cruciales sin que a nadie con capacidad de decidir le interese reinventar la compañía para que sirva a Asturias de otra manera, sin consumir recursos al erario. De los 20.000 trabajadores de 1991 -26.000 llegó a contratar en su época dorada- ha pasado a 1.400 sin realizar un despido. A pesar de la merma, ni una sola empresa de las Cuencas la iguala todavía en personal. Un cierre gradual y en absoluto traumático para los empleados, aunque sí para los territorios. Langreo y Mieres rebasaron con creces los 65.000 habitantes en pleno apogeo de las minas y la siderurgia y hoy a duras penas mantienen los 40.000. La sangría económica de este éxodo, unida a la demográfica que padece Asturias, ha tenido un impacto brutal. La reestructuración deja además dos generaciones tocadas: la de las personas expulsadas del mercado laboral y desaprovechadas en plenitud de facultades y la de los jóvenes forzados a la emigración para ganarse el sustento.

A los territorios del carbón llegaron en estos años las autopistas, las infraestructuras, la mejora del medio ambiente, los cambios en la fachada urbana, excelentes servicios, pero no una activación económica intensa. Hubo logros, sin duda, aunque insuficientes. De ese arco que falló para digerir bien y sustituir la ruinosa labor minera, Hunosa constituía la clave de bóveda. Su reconversión sigue por abordar. Fue al carbón lo que el banco malo a la burbuja inmobiliaria. Nació para absorber las sociedades privadas en quiebra. Lo que pasó después, con sus virtudes y con sus excesos, lo conocemos. El Principado debe afrontar algún día la autocrítica por los millones y millones dilapidados, o que volaron por otros sumideros, pero eso no significa transformarse en estatua de sal mirando permanentemente atrás, ni flagelarse inútilmente con lo que debimos hacer y no hicimos.

Los intentos de regenerar el tejido productivo no avanzan. El sueño utópico de los dirigentes de Hunosa consiste en mantener abierta una explotación extrayendo mineral con el que alimentar la térmica de La Pereda. La planta cuenta con un plan de captura de CO2 en marcha y suministra al grupo minero, que aun cuando clausure las jaulas consumirá mucha energía eléctrica para extraer el agua del interior de las galerías. No deja de ser un intento de estirar la misma cuerda. Hambre para mañana. Nada sólido sobre lo que cimentar un futuro ilusionante. Las ideas para renacer como emporio energético renovable en torno a la biomasa, la geotermia, las torres eólicas, el aprovechamiento de gases o las corrientes acuáticas interiores carecen de impulso.

También dispone Hunosa de escombreras reutilizables y gran cantidad de suelo vacío, como los polígonos de Reicastro y Modesta, que intenta vender, sin éxito, a precios asequibles. Y de un patrimonio arqueológico industrial sin uso que constituye en sí mismo una riqueza de enorme valor cultural, como los pozos San José y Santa Bárbara. A sondear el sector turístico responden las visitas al pozo Sotón, que ahora podrán coordinarse con el Ecomuseo y el tren minero de Samuño, de gran aceptación popular. El rendimiento en consultoría y asesoramiento a otros países extractores por el conocimiento acumulado o la experiencia en recuperación medioambiental constituyen vías sin explotar debidamente. Son empujes débiles, como si nadie creyera de verdad en la estrategia. Cambiar Hunosa depende igualmente de la actitud y ganas de ayudar a emprender el salto de los trabajadores que le quedan.

Otra vez a Asturias se le escapa un tren, el de la diversificación, por dormir la siesta. Alemania, el referente en este proceso, lo consiguió porque trabajó, creyó e hizo los deberes a tiempo. Aquí los dejamos a medias, y no por falta de recursos. Los minutos van consumiéndose, hay que adoptar decisiones porque la transformación principal no está culminada y el momento irreversible asoma. Que el quincuagésimo cumpleaños sirva, aunque tarde, para abrir un periodo de reflexión creativa sobre lo que Asturias mantiene en juego porque entender el futuro de los valles del Nalón y del Caudal sin algo tan consustancial a su esencia como Hunosa -una Hunosa saneada, rentable e independiente del carbón- va a resultar complicado.