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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

El bañador de las socorristas

Partamos de la base de que la labor del socorrista exige ligereza de ropa: no se puede salvar una vida vistiendo esmoquin o saltando a la playa con uno de esos trajes de baño en pololos con los que cada septiembre se remoja los tobillos en San Lorenzo un grupo variopinto de mujeres de La Corredoria.

De manera que la polémica suscitada por el bañador de las socorristas de Gijón denota una pacatería superlativa, pero sobre todo pone de manifiesto el estercolero en que se convierten, en relación con determinados asuntos, las redes sociales, donde desde hace días que se publican mofas y chistes machistas a cuenta del trasero de las jóvenes empleadas que trabajan en el equipo de salvamento veraniego.

Las redes de marras se parecen con demasiada frecuencia a esos patios de vecindad donde todo el mundo echa basura por la ventana y la mierda se va acumulando, hasta formar un montón inmundo. Y luego no hay quien lo limpie ni quien haga carrera de ello. Así está la corrala, de inmundicia. Cuando las redes sociales sólo pescan besugos ocurre lo que augura el filósofo francés Jean François Leroy, que Twitter te hará creer que eres sabio, Instagram que eres fotógrafo, y Facebook que tienes amigos. Y a muchos les parecerá que a la vista de lo graciosos que resultan sus chistes sexistas a la vuelta de la esquina les espera un contrato en el Club de la Comedia.

Lo trascendente no es el culo de las socorristas o salva sea la parte sino que cualquier día de éstos una de estas socorristas tendrá que salvar el culo a alguno de los retrógrados que atacan una indumentaria de trabajo como otra cualquiera. Hay que se joder, que diría el clásico.

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