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Historia y befa

O cómo ganar una mención en los libros a cambio de nutrir el acervo de la chufla ibérica

La Cataluña profunda no entiende qué está pasando. Para sus habitantes el lunes fue el primer día de la independencia, pero por más que husmean y preguntan, sólo hallan pruebas de que el 155 se aplica y de que sus líderes: a) van y vienen; b) se han bajado los pantalones. Necesitan el revulsivo de "los Jordis" (que, ay, están en la cárcel) para contestar a los dos millones por la unidad que SCC ha concentrado en menos de un mes en Barcelona.

Que no desesperen: Puigdemont va a ir enseguida a socorrerlos desde Bélgica. A falta de independencia real, bueno es un Govern en el exilio. En la capital belga y de la UE comparecieron ayer el libertador y sus seis edecanes para ganarse una honrosa referencia en los libros de Historia, ésos donde se enseña a los niños y niñas catalanes que la Guerra Civil fue una guerra que libraron Cataluña y España.

Parece mentira que no nos hayamos dado cuenta antes: Puigdemont sólo buscaba hacerse un hueco en el relato de los hechos nacionales. Sabíamos de su devoción por Macià y Companys, e intuíamos que él sabía de sobra que de independencia nanay, pero se nos había escapado lo esencial: que la continuidad del proyecto soberanista depende de la reseña historiográfica.

Depende de que de su nombre, y los de los seis valientes comparecientes en Bruselas, sean consagrados en el ara de las posverdades, ocupando un lugar de honor entre el "Espanya ens roba" y la ocultación del origen catalán de Amerigo Vespucci (Vespuig), Cervantes (Çervantès) y Santa Teresa (Teresa Enríquez de Cardona), que llegó a ser, como todo el mundo sabe, abadesa del monasterio de Pedralbes.

Para seguir construyendo "el relato" son precisos nuevos y constantes aportes: mojones ilusionantes como el referéndum del 1-O y la DUI del 27-O, sacrificios sin tasa y sin recompensa (aunque no vayas a la cárcel) y amagos de fuga hacia la libertad. La diferencia es que esta vez ha habido que ir bastante más allá de los Pirineos, porque la Francia jacobina no se traga el cuento y, en cambio, en la Bélgica de la que ya se mofaba Baudelaire hay abogados bregados en la defensa de etarras que pueden diferir la entrega de los rebeldes.

Lo malo de pasar a los libros de Historia en estas condiciones es que estimulas el gusto de los pueblos ibéricos por la chanza despiadada, y sí, tú constituyes el Govern en el exilio, pero la gente te llama cagón y te echa en cara (con razón) que te hayas pasado cinco años engañándola con que iba a ser independiente, o abrasándola con la matraca independentista como al pobre compañero de celda de Jordi Sànchez.

Y entonces empiezan a proliferar los chistes de catalanes y los memes de Haddock y Tintín (Forn y Puigdemont), y aunque estos tesoros del acervo no pasen a los manuales, nada evita que te conviertas en un equilibrista político con vena de payaso (pobre estadista, pues) y en el hazmerreír del mundo entero.

La chufla es el precio a pagar por haber llegado más lejos que Companys, que sólo se atrevió a proclamar el Estat català dentro de una inexistente República Federal Española. Una gesta que inspiró a Puigdemont. Él inspirará otras. Seguirán. Mola exiliarse.

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