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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Blanca y radiante

En una pared roma, a escasos metros de donde ayer se bendijo con rigor arzobispal la nueva iglesia de El Natahoyo, se lee una pintada anarquista, de las que abundan en esta zona de la ciudad: "Dios no existe; el hambre del pueblo, sí". El caso es que a Dios le han abierto nueva casa en un barrio donde las grúas quedan como metáfora de las cruces metálicas con las que cargó el sector naval durante décadas. Y que vistas desde la entrada del nuevo templo asemejan un vía crucis de arqueología industrial.

La iglesia recién abierta al culto en una tarde radiante de primavera, como si la Providencia hubiera frenado el desbarajuste meteorológico de los últimos días, es blanca y radiante como una novia púber camino del altar. Ladrillo a ladrillo se ha construido un edificio sacro que recuerda a Moneo en sus formas externas pero que en el fondo, en las vísceras, lleva la firma indeleble de Chema Cabezudo, padre e hijo, iniciador y finalizador, respectivamente, de un proyecto que lleva el apellido de ambos como marca de cantero.

Chema padre, que estará en el cielo en el que no cree el autor de la pintada próxima a la iglesia nueva, se sentirá orgulloso, con el dibujo inolvidable de su sonrisa perenne, del empeño del joven arquitecto en edificar la obra inacabada del progenitor; y de que Chema hijo haya pretendido darle un toque personal, más nórdico pero sin aspavientos, a un templo que contó, de inicio, con el beneplácito de los parroquianos del barrio, que acudieron en buen número a la bendición.

La iglesia bicéfala es luminosa por dentro, puesto que la fe es baño de luz que inunda hasta las estancias más sombrías. Así la quería el padre y así la culminó el hijo, en hora buena.

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