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Necrológica

Bron y los jóvenes periodistas de la Transición

Conocí a José Antonio Bron en la Facultad en Madrid cuando estudiábamos Periodismo. Para ser exactos, frente a aquel horroroso edificio de hormigón, tan duro por fuera y tan cálido humanamente por dentro, cuando hacía "dedo" al salir de clase para que alguien me llevara a Moncloa. Entonces tirar de autoestop era habitual hasta para esos trayectos tan cortos. Bron conducía su mítico Dos Caballos, vio que llevaba una pequeña bandera de Asturias cosida a un bolso trasero del pantalón de pana y, sacando su cuerpo nada discreto por la ventanilla, me dio un bocinazo que aún resuena en mis oídos:

-Chaval, ¿qué ye eso de llevar la bandera de Asturias en el culo?

Y pasó de largo, muerto de risa con otro compinche. A los pocos días me reconoció a mí y a mi culo, en el que ya no ondeaba la bandera azul, en "El Escarpín", una sidrería de la calle Libreros donde la colonia asturiana, y no solo los estudiantes, combatíamos la nostalgia con unos culinos o con sus célebres medios gin-kas de limón, que costaban 17 pesetas, o algo así. Entonces nació entre nosotros una entrañable amistad que solo se llevó por delante su muerte hace unos días.

Bron era tres años mayor que yo, que entonces tenía 17, y uno de los jóvenes que ya habían comenzado a dar sus primeros pasos en el periodismo, en su caso en "La Voz de Avilés". Esa generación de Bron, Mario Bango, Miguel Somovilla o José Ramón Patterson, por citar solo a algunos con los que empecé a relacionarme entonces en la Facultad, fue muy importante y fructífera en la historia reciente del periodismo asturiano. Los recuerdo en aquellos años, entre libros, exámenes y la licenciosa vida callejera de los universitarios de la época, preparando desde Madrid la salida del "Asturias Diario Regional", con el que yo colaboraría más tarde, incluso sustituyendo a una compañera. Bron se ocupaba de la maquetación de aquel diario en el que todos ellos, y otros novatos como Juan Miranda, Antonio Palicio o Pilar Rubiera, acabarían formando una redacción joven, entusiasta, moderna y democrática, un gran salto cualitativo para el periodismo asturiano poco después de la muerte de Franco.

Cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero nosotros tuvimos la enorme suerte de comenzar en el periodismo cuando había trabajo (entonces en Asturias llegaron a competir más de media docena de periódicos) y sobre todo cuando se vivía el vértigo diario del tránsito de una dictadura a una democracia, un periodo en el que los medios de comunicación jugaron un papel esencial.

Además Asturias era vanguardia en la España democrática que se abría paso, justo lo contrario que ahora, cuando su lugar está en la retaguardia. Todos teníamos claro que estábamos en Madrid de paso para volver a Asturias a ponernos al frente del cambio inevitable en la sociedad y en los medios de comunicación. Por edad yo regresé después que Bron, que cuando acabé en la Facultad ya era el jefe en "La Voz de Asturias" de la sección de regional. Me fichó en una comida en un restaurante del Naranco y desde aquella cita nos hicimos inseparables.

Convertido en reportero todo terreno, con "La Voz de Asturias" conocí la autonomía y a sus gentes de punta a punta, generalmente al volante de un Dyane 6, el primer y el mejor coche que tuve nunca. Bron sabía ser jefe y amigo a la vez, algo realmente complicado, y daba rienda suelta a toda la energía y la pasión que yo llevaba dentro, y que creo que aún no perdí, aunque la edad doma los excesos, que entonces parecían irrefrenables. Nunca me cortó una línea ni me metió miedo para abordar información alguna ni rechazó cualquier propuesta razonable. Su paciencia y su humor salvaban todas las situaciones, que podían rozar el delirio. Una vez vine entusiasmado de la playa del Silencio, absolutamente desconocida entonces, prometiéndole un reportaje excelente, sobre todo por la calidad de las fotos. Pero cuando entregué la cámara para el revelado resultó que no había puesto el carrete. Aún recuerdo la cara y el sarcasmo de Bron al descubrirlo, dignos también de una foto.

Otra vez en Ribadesella hice muy buenas migas elaborando un reportaje sobre la cueva de Tito Bustillo con el inolvidable guía Aurelio Capín padre, que me llevó a comer luego a un famoso restaurante cerca del muelle, donde devoramos unos excelentes besugos a precio de ganga. Volví poco tiempo después con un fotógrafo al mismo restaurante, repetimos besugo y cuando llegó la cuenta el precio de aquellos pescados se había multiplicado milagrosamente, sin duda porque Aurelio no estaba a la mesa. Tanto, que no nos llegaba el dinero y tuvimos que salir por turnos por Ribadesella para completar la minuta. Cuando se lo conté a Bron a la vuelta sus voces desde Oviedo se debieron oír también en Ribadesella.

En aquellos tiempos el periodismo era un oficio bohemio y en "La Voz de Asturias" cerrábamos la edición de madrugada Bron, Isidoro Nicieza, Luis Ángel Fernández y yo, que acabábamos celebrando la salida de un nuevo número en el Oviedo Antiguo, con tan poca prisa que era habitual que nos fuésemos a dormir con el ejemplar recién salido de la rotativa. Se habla mucho del hambre de cultura que había en aquellos años de la Transición, pero poco de la sed, que no era menor. Era habitual que hubiera actos, coloquios y debates en pubs del casco viejo ovetense y una noche, bien avanzada la madrugada, aterrizamos Bron y yo en uno, en el "Tigre Juan". Las estrellas eran Amelia Valcárcel y Fernando Savater. Acababan sus intervenciones cuando nos acodamos en la barra y, ante el silencio tenso que se suele producir cuando se abre el debate a los asistentes y nadie pide la palabra, se oyeron voces para que nosotros cortásemos el hielo: "Que hablen los periodistas". Alguien le pasó a Bron el micrófono, que sostuvo en una mano mientras la otra blandía el cacharro recién servido. El inicio de su intervención fue tan memorable que no recuerdo el resto de aquella etílica disertación política: "En una sociedad que dimana marxismo?". Tampoco recuerdo la contestación de Savater, que de aquella dimanaba anarquismo.

Con Bron hice viajes inolvidables. Por España recuerdo uno desde Madrid a la fiesta comunera de Villalar, en Valladolid, donde conocimos a Chema el gaitero, que luego sería nuestro chigrero favorito precisamente en el "Tigre Juan" de la ovetense calle Mon. Unas vacaciones nos las pasamos Bron, Vicente Bernaldo de Quirós y yo en la Bretaña francesa en una casa de campo que nos cedieron con perro incluido, un animal insoportable que no paró de ladrarnos en aquella prolongada estancia estival. En cambio nos hicimos populares por todos los bares de aquella zona de la costa bretona. A la vuelta, de chiqueteo por Hendaya, a Bron, con su cuerpo enorme y corpulento, más su gorra marinera de pescador gozoniego, lo debieron de confundir con un policía de paisano husmeando a etarras clandestinos en aquella ciudad que era el centro de su santuario, porque las miradas nos acuchillaban por la calle y las conversaciones cesaban al entrar en cualquier establecimiento. Otro viaje a Italia en su coche, con Javier Cuartas y Mercedes Marqués completando el cuarteto, también es un imborrable recuerdo. En Venecia dormimos en una ocasión en un barco mercante atendiendo a la invitación de unos marineros que encontramos en la plaza de San Marcos. No sé cómo Cuartas y Marqués, mucho más racionales y reflexivos que Bron y yo, una auténtica pareja de descerebrados por contraste, pudieron aguantarnos en aquel periplo novelesco.

Cuando me echaron de "La Voz de Asturias" por rebelarme ante el censor por una entrevista completamente mutilada a Gregorio Morán, que acababa de publicar "Los españoles que dejaron de serlo", Bron vino a declarar en mi favor en el juicio laboral, como hicieron otros compañeros del periódico. También en estos gestos, ahora insólitos, se ve que aquellos tiempos no debían ser mejores, pero sí más solidarios.

Años más tarde volví a coincidir profesionalmente con Bron, pero para cederle el relevo en el gabinete de prensa de la Universidad de Oviedo, también vanguardia entonces con el rectorado de Alberto Marcos al frente de un grupo de jóvenes profesores progresistas. Bron no volvería a pisar las redacciones en las que se desenvolvía con una naturalidad pasmosa, pero siguió ayudando a sus compañeros periodistas, jóvenes y veteranos, al frente de la Asociación de la Prensa.

Bron era lo que antes se llamaba un periodista de mesa, una persona que a menudo no es conocida por el gran público por su labor callada y oscura, pero imprescindible para el funcionamiento de un buen medio de comunicación. Saber organizar el trabajo, repartir tareas, formar equipos y tener empatía con tu entorno social y tus informantes es tan importante como lograr una redacción talentosa. Bron tenía todas esas cualidades y una más, que para un maestro de periodistas como Kapuscinski es la más importante de todas en esta profesión: ser buena persona.

Tan buena persona era, tan contagiosa su humanidad, comparable en tamaño a aquel cuerpo voluminoso que contrastaba con una cara jovial de niño inocente, que resultaba imposible discutir con él. Hace poco lo llamé dispuesto a reprenderlo y poco menos que acabé abrazándolo a través del teléfono.

Gordo, nunca pensé que acabaría escribiendo tu necrológica. Y tu tampoco. Brindemos y riámonos por ello. Como siempre.

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