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Presidente de la Asociación Asturiana de Escritores de Turismo

Pepe y el tesón hostelero

Tras el fallecimiento del dueño de El Tizón

La vida de Pepe el de El Tizón está jalonada por el esfuerzo y el sacrificio. Una existencia envuelta en su pasión, que no era otra que el universo de la hostelería. Llegó de joven a Oviedo con muchas ilusiones de hacerse un hueco en el complejo sector de los servicios procedente de su pueblo tinetense de Riocastiello, próximo a Navelgas. En la capital inició su camino en la taberna La Quirosana, un local emblemático en la calle Fray Ceferino, donde las setas, los quesos y el vino de porrón eran la esencia. Ahí fue donde Pepe observó que su futuro pasaba por la hostelería, pero con mando en plaza. Después trabajó en lugares de enjundia y estilo avanzado como el Cabo Peñas o La Paloma, negocios de vida animada y calidad en sus propuestas. Y Pepe era la referencia en esa etapa de camarero y encargado de velar por la proyección de esos negocios. Con su tesón y esa decisión por convertirse en un profesional autónomo, abre en 1985 El Tizón, un restaurante en la calle Caveda con todos los adelantos del momento y un sitio preparado para la tertulia, el ambiente vermutero y con la idea intrínseca de ser un local donde la culinaria asturiana fuera lo más genuino y representativo. Y así fue. En poco tiempo, El Tizón alcanzó cotas de excelencia gastronómica. Su pote asturiano, los arroces bien trabajados, el bacalao en diferentes matices y una tortilla de patatas inmejorable, conformaron su base atractiva para ganarse al personal que buscaba una cocina tradicional con las nuevas corrientes de modernidad.

Pero lo mejor de Pepe era su carácter de hombre afable, tranquilo, sagaz y amigo de sus amigos con esa impronta vocal del exabrupto aceptado, siempre ajustado a sus próximos y afectos. En su trayectoria profesional alimentó la buena estructura de la Asociación de Hostelería de Asturias donde siendo directivo se esforzó por engrandecerla, fomentar las juntas locales y colaborar en jornadas gastronómicas repartidas por toda la geografía asturiana.

En estos momentos de pena y duelo por una ausencia que no por esperada es menos dramática, mentar a Pepe el de El Tizón es engancharse a una persona buena en el sentido machadiano del término, afable, conversador, amante de las buenas cosas que ofrece la vida, cicloturista, vivaracho, empresario ejemplar y enamorado del bien vestir con más de cinco mil corbatas en su fondo de armario. La vida nos da estos golpes convertidos en situaciones de impotencia y rabia. Se van los mejores. Y es que Pepe estaba viviendo su mejor tiempo profesional y era ahora cuando más podía aportar al mundo hostelero con su experiencia y bagaje.

Sus amigos y colegas estaban ayer aturdidos al conocer la noticia de su muerte. Álvaro, de Casa Lula de Tineo, hablaba con la voz entrecortada de su gran amistad y de esa bondad íntima que atesoraba Pepe, lo mismo que su paisano Manolo Linares, quien apuntó el estilo especial de Pepe en el trato con sus clientes y su infinidad de anécdotas y frases cómicas. Se ha ido un clásico, un hostelero de raza que ha dejado huella notable en la hostelería ovetense. Y Pepe no hay más que uno: Pepe el de El Tizón con sus defectos y sus muchas virtudes. El maestro pastelero Ataúlfo Costales está esperando que Pepe le mande el insulto feliz mientras dejaba en el comedor de El Tizón esa exquisita tarta de milhojas de la que Pepe presumía como propia. Ya no habrá esos exabruptos marca de la casa. Pepe se fue en silencio una tarde estival cuando Oviedo se sacudía los grados centígrados de un verano inestable. La huella de Pepe, por suerte., tiene continuidad y vereda. Sus hijos siguen la estela de un hostelero fiel a sí mismo y a esa calidad contrastada como es El Tizón. Viva el exabrupto feliz y viva Pepe, un hombre sencillo con la cabeza en su sitio. Tu recuerdo permanecerá en el imaginario de la hostelería asturiana como un hombre ejemplar y animado.

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