El verano asturiano llega a su apogeo y las fiestas estallan en todo su esplendor. La multitudinaria afluencia de romeros con la que cada convocatoria, grande o pequeña, supera edición tras edición sus límites evidencia el éxito y buen hacer de los organizadores, aunque aparezcan también en paralelo algunos problemas de urbanidad, convivencia y seguridad. Las nuevas formas de entender el ocio en la sociedad actual provocan tensiones y han hecho saltar en distintos lugares voces en defensa de la esencia. Hay que interpretar esa espontánea coincidencia de quejas como un acicate para adaptar las celebraciones a los tiempos contemporáneos, en un proceso lógico de evolución, nunca para ponerlas en solfa o degradarlas.

La Sociedad Ovetense de Festejos (SOF) atraviesa el peor momento de su historia. Con una lucidez ejemplar, el socio número uno de esta entidad, nonagenario, en un reportaje en LA NUEVA ESPAÑA puso el dedo en la llaga sobre el problema de fondo, el mismo que padecen muchas otras comisiones en Asturias: "La SOF necesita juventud, gente con ideas atractivas. Ya me dirás lo que le puede interesar a un chaval que le den bollos y botellas de vino. Habrá que ofrecerle alternativas diferentes".

Las Piraguas concentraron a 250.000 personas entre Arriondas y Ribadesella. El Xiringüelu de Pravia batió récords. El buen tiempo puso mucho de su parte para la eclosión, pero hay que considerar un fenómeno tractor inédito: la instantaneidad de la información, la facilidad que otorga la interconexión para propagar dentro y fuera la juerga asturiana. Nativos y foráneos tienen ahora señalado y planificado, con mejor conocimiento de causa porque comparten en red fácilmente las experiencias y atractivos, su particular calendario de la "folixa".

La masificación obliga a pagar un precio: los excesos. La primera voz de alarma provino de los organizadores del Carmín de Pola de Siero, que sugirieron medidas radicales para frenar prácticas como el botellón. El alcohol es un problema social, no sólo de las fiestas, y combatirlo requiere pasos valientes en la educación y en el hogar antes que en las verbenas. Sí tenemos que mostrarnos inflexibles con el consumo por parte de menores. Y ahí las comisiones festivas y las fuerzas de seguridad deberían redoblar los esfuerzos de control con actuaciones ejemplarizantes. En las romerías del verano, por supuesto, pero igualmente en las calles de la movida durante el invierno.

No hay que rasgarse las vestiduras ni recrearse en la nostalgia porque la forma de gozar de la diversión sea distinta ahora que antaño. Hace un siglo, lo tradicional en las romerías era acabar a golpes. La piquilla, las rencillas o la fuerza desatada de los mozos de una aldea respecto a la de enfrente acababan dirimiéndose a palos. Armando Palacio Valdés lo narró magistralmente. Hoy resulta impensable la normalización de esa manera de sentir al patrón, y los episodios de violencia -inevitablemente entre miles de romeros también surgen- son escasos. Los hospitales de campaña que se montan responden a otras heridas y complicaciones sanitarias. Las fiestas evolucionan a la par que el mundo. Y precisamente esos cambios exigen innovaciones inteligentes para adaptarse a la realidad y sus circunstancias antes de que las citas representativas acusen fatiga.

No hay síntoma tan expresivo de la vitalidad de una ciudad o una villa como sus fiestas. Asturias es una región jaranera y alegre que dispone de un heterogéneo catálogo de festividades. Un atractivo en sí mismo no desarrollado en conjunto para atraer turistas, de la Descarga de Cangas del Narcea a principios de julio, al ya cercano San Timoteo de Luarca o al jolgorio de Llanes y el Oriente hasta mediado septiembre. Incluso han cuajado negocios alrededor, como el del transporte en autobús a los eventos, con paquetes confeccionados a medida: con comida, con bebida, con retorno a una hora u otra? El área metropolitana también se construye coordinando y promocionando los conciertos de Oviedo, Gijón y Avilés, en perfecta continuidad desde la Virgen de Begoña a San Mateo pasando por San Agustín.

No se pueden parar, ni falta que hace, las ganas de diversión de la gente. El reto es saber encauzar esa ansiedad antes de morir de éxito y gestionar la oferta adecuada en armonía con la convivencia, con espacios ordenados, espectáculos interesantes, seguridad, aparcamientos, disminución de ruidos, respeto y limpieza. Tanto esfuerzo suponen las convocatorias de referencia como mantener las de las pequeñas localidades, muchas amenazadas ya no sólo por requisitos burocráticos variopintos sino por la despoblación.

Las fiestas necesitan la implicación de ese abundante capital humano de la región para renovarse y para renacer. Para que, al igual que otros supieron conservarlas y legárnoslas, seamos capaces de engrandecerlas, perfeccionarlas y darles el sentido de identidad colectivo que enganche a las generaciones que las heredarán. Será la forma de proclamar con orgullo, sin desmadres ni molestar a nadie, viva la fiesta.