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El otoño llamado caliente

Los problemas del país a la vuelta de las vacaciones

En el periodismo de hace unos años era costumbre, con la llegada de septiembre, hacer una relación de los asuntos públicos pendientes. En las casas de comidas de la España de antes de la generalización de la nevera solían poner en el escaparate un cartel avisando de que las mercancías a cocinar "quedaban dentro por el calor". Todo quedaba fuera de la circulación por el calor de julio y agosto, pero al llegar septiembre los asuntos aletargados cobraban vigor y reaparecían en el primer plano de la actualidad demandando atención preferente. Y de forma especial aquellos que tenían relación con la actividad política y sindical, un conjunto de problemas que solían englobarse bajo la genérica denominación de "otoño caliente". Es decir, que pasábamos sin solución de continuidad de un verano caluroso pero escaso en propuestas productivas a un otoño abundante en calenturas reivindicativas y en protestas callejeras. Lo ideal para combatir los primeros fríos.

Este año no ha sido muy diferente, y en la cartelera que manejan políticos y periodistas figuran una serie de asuntos que irán buscando un hueco para asomar la cabeza hasta la Navidad y aún después. En su modestia, el que esto escribe también tiene a mano una lista de asuntos que no diferirá mucho del que tengan otros. Por ejemplo, y primero de todos, especular sobre si el actual presidente de la Generalitat, señor Torra, incurrirá en el mismo disparate de proclamar otra vez la "non nata" República de Cataluña en imitación de lo que hizo el año pasado su antecesor en el cargo, señor Puigdemont, que está en Bélgica huido de la Justicia española.

Despejar esa incógnita es de interés preferente porque, en uno u otro sentido, podría provocar la caída del gobierno de Sánchez y la convocatoria de nuevas elecciones generales. El asunto es de capital importancia porque, de una parte, afectaría a la estabilidad del propio Estado, y, de otra, agravaría peligrosamente la división social que empieza a patentizarse en Cataluña con la llamada "guerra de los lazos amarillos".

El otro tema que ocupa nuestra atención en orden de importancia (sobre todo si atendemos al espacio que le dedican los medios) es conjeturar si la baja de Cristiano Ronaldo, que ha trasladado su ego al estadio italiano de San Siro, afectará o no a la capacidad goleadora del Real Madrid, que ha de confiar ahora en la puntería del francés Benzema y del galés Bale para sustituir los generosos promedios de eficacia del portugués de las Azores que garantizaba una media de 50 goles por temporada. De momento, la ausencia no se ha notado en el casillero pero temen algunos autores que la Liga y la Copa de Europa pierdan la emoción de sus duelos con Messi, que eran como los duelos de unos pistoleros que apenas fallaban disparo.

Y no me olvido, claro está, del problema acuciante de la migración, de la violencia de género, ni de la dotación de los servicios sociales esenciales. Más importantes, por supuesto, que los dos anteriores.

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