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Cazadores-recolectores de experiencias guay

La venta de sensaciones efímeras para combatir la rutina

Hace veinticinco siglos que Epicuro de Samos promovió la búsqueda del placer como fin inexcusable y obligatorio del ser humano en su camino hacia la incierta felicidad. No hablaba de bacanales (o no solo, ya no lo tenemos con nosotros para que nos concretara) sino de placeres que requieren el uso de la razón. Y aquí es el momento en que las tres cuartas partes de la población se nos vienen abajo.

Con Epicuro nació el Epicureísmo, palabra que así de pronto no genera el más mínimo interés. La suelen confundir con el Hedonismo, la felicidad convertida en la suma de placeres, el fin último de nuestra existencia. No es lo mismo, pero se parecen. Hoy, siglo XXI, la felicidad es el conjunto de experiencias (buenas), casi todas intrascendentes, pero no por ello poco intensas. Dicen los psicólogos que la montaña rusa está más en nuestra mente que en los raíles que nos disparan y los bucles que nos confunden. Subirse a una montaña rusa puede ser un hecho tan banal como memorable. Qué cosas?

Nos hemos convertido en cazadores-recolectores de experiencias. La rutina nos agobia, aunque en el fondo es esa rutina la que generó el progreso de la Humanidad. Nada más rutinario que un trabajo bien hecho de laboratorio, el lugar donde los sueños de la razón se convierten a veces en realidades. Me imagino el "chute" de Fleming frente a la penicilina y, mucho más allá, el impacto de quienes fueron capaces de domesticar el "dios" fuego hace unos cuantos cientos de miles de años.

La palabra "rutina" anda de capa caída, como con anemia. La palabra "experiencias", así en plural, vive tiempos gloriosos. Resume esa sociedad líquida en la que nadamos, braceando sin saber muy bien cuál es el puerto al que llegar. Vamos al restaurante a vivir experiencias gustativas y nos apuntamos al spa para disfrutar de experiencias sensoriales. Los vendedores de experiencias apelan al gusto, vista, oído, olfato y tacto para hacernos creer que a través de ellos redondeamos nuestra humanidad feliz.

Somos una especie que juega. Si ponemos imaginación, en esos primeros bifaces de la Humanidad, herramientas de supervivencia, hay un elemento lúdico de transformación de la materia, embrión del arte, que es otra forma de juego. Vivimos jugando, o sea, experimentando y buscando sensaciones como niños eternos en el patio de un colegio que abarca todo nuestro planeta, toda nuestra Historia y bagaje.

Jugar a experimentar, a sentir cosas inéditas. Vale lanzarse a tumba abierta por un cañón de aguas bravas o usar artilugios un tanto inquietantes en nuestros encuentros sexuales (vienen todos sin manual de instrucciones). En ese mundo líquido del que hablábamos la propiedad se diluye porque una casa para toda la vida es un fastidio, y un coche que nos dure cinco años se vuelve un incordio, y un compañero de cama sin fecha de caducidad se entiende como un fracaso. Es "mío", sí, pero ya no lo quiero.

Jugar, cambiar, volar? la cultura de las experiencias no busca, curiosamente, experiencia, que se adquiere por otras rutas, sino sensaciones, y a ser posible que se puedan contar. Las redes sociales son el vehículo ideal: esta/e soy yo, bebiéndome una caipiriña, dejando que un indígena me haga un masaje lumbar, y escuchando heavy metal mientras acaricio la cabeza de un gato que pasaba por aquí?

¡Guau!, exclaman los demás (y el gato sale corriendo por razones obvias). Esto sí que es una experiencia mística.

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