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López Otín: el renacer de la fuerza

Unas palabras hilvanadas con pesar, miedo y... asco

Comparto el dolor con todas las buenas gentes, con todos los conciudadanos que estamos asistiendo, perplejos, a una cruel secuencia de contratiempos en la vida de una buena persona. Comparto pesar, también, aunque con la debida humildad, con todos los miembros de las comunidades científicas y académicas, de aquí y de allá, que están asistiendo al acoso desproporcionado e injustificable en la carrera de un hombre sabio de ejemplar, envidiable y envidiada trayectoria, el Dr. Carlos López Otín, y que, consecuentemente con su categoría, están defendiéndolo, dando la cara con conocimiento de causa y autoridad.

Comparto temor -bajo la forma de aprensión e indecisión- con todas aquellas bienintencionadas personas del común que no saben -que no sabemos- qué hacer o qué decir que pueda ayudar. Comparto con multitud de colegas el impotente deseo de aportar, desde estas mismas páginas o desde otras instancias, foros o tribunas, una opinión clarificadora y una acción útil. Comparto desconcierto y frustración con quienes saben del Dr. Otín o lo conocen y, como lógica consecuencia, lo aprecian; buena gente que está desconcertada pero que intuye que, en este caso, no solo hay un típico gaje de duro oficio de volar alto sino algo más raro, algo más bilioso y desproporcionado. Comparto con ellos el miedo a añadir banalidades, impertinencias desenfocadas o buenismo estéril aquí donde lo que más falta hace son respuestas nítidas y reacciones serenamente enérgicas, no hurgar involuntariamente en heridas reabiertas cuando ya estaban en prometedora e ilusionante fase de cicatrización.

Junto a pesar y miedo añado que me siento con el derecho a sentir asco, y que siento asco e invito a sentir repugnancia a todos quienes sospechamos que esto que está sucediendo no es normal, que aquí no solo hay ratones muertos sino ratas enredando; que aquí hay mucha maniobra, rastrera, rencorosa y vindicativa impostando purismo científico y defensa a ultranza de valores inmarcesibles donde consta que hay buenas dosis de cainismo, y un cierto tufillo a sicarios y cazarrecompensas campando solos o arteramente encarrilados. Siento sentirlo -y siento confesarlo- pero desde que, como tantos otros, tuve discretas y fragmentarias noticias de este asunto, de sus antecedentes, de su contexto, de sus circunstancias, de sus efectos inmediatos -y, ahora, de sus derivadas y ecos inmisericordes-, siento recelo, asco, náusea y resentimiento contra ese sistema al que quizá, como muchos otros, he servido como insignificante peón y que ahora está mostrando su cara más hipócrita, prepotente y odiosa. Me refiero a ese sistema llamado Sistema de Ciencia y Tecnología, no a la Ciencia y a la Tecnología, faltaría más, sino a sus lados oscuros a diversas escalas y en diversos ámbitos y especialidades, algunas competitivas hasta lo enfermizo. Me refiero a esos normalizados y jerarquizados tinglados y tingladillos entreverados de intereses espurios, de tejemanejes de dictaduras grupales, de tramas de poder, de bastardas estrategias empresariales, de ambiciones infinitas y de odios tribales con los que quizá he coexistido durante años -ingenuo o miope- por formar parte de equipos más modestos o jugar en canchas menos crispadas por una salvaje rivalidad. Quizá soy de los que han tenido la suerte de practicar el deporte allí donde el deporte aún no es campo de batalla ni negocio para comerciantes y apostadores, y donde institutos, centros, departamentos, laboratorios, despachos y pasillos no han devenido en circos romanos ni en la corte de los Borgia.

Lo poco que conozco al Dr. López Otín me permite admirar en él muchas cosas, además de su poderío intelectual, sus contribuciones científicas en áreas punteras, sensibles e impactantes, su capacidad de comunicar, su accesibilidad y generosa disponibilidad al servicio de la Ciencia y de la sociedad. Alguien que sufre un revés que lo sitúa desproporcionadamente en la diana del acoso -el incidente de las figuras de algunas publicaciones convertido en morboso y trending topic- ; alguien que sufre la devastadora pérdida de la elaborada materia prima de sus investigaciones -infección letal en el animalario-; alguien que, en un bache anímico como el por él sufrido -asépticamente diseccionado y clínicamente descrito en primera persona en recientes charlas, entrevistas y conferencias-, en lugar de mandar todo a tomar por retambufa o dedicarse a libaciones espirituosas, es capaz de parir, no un manual de psicobioquímica elogiado por expertos, sino dos obras cimeras que aúnan tocar las nubes con tener muy hondo calado? Alguien así es muy capaz de darnos en breve alguna lección más, como, por ejemplo, callar, ordenar callar y asumir el desconcertante bíblico papel impuesto al elegido que se ve llevado coyunturalmente a una absurda, injustificada e injustificable ara sacrificial por capricho de unos dioses empeñados en reafirmarse y darse pisto metiendo el miedo en el cuerpo al rebaño.

Es muy posible que Otín nos diga que la escenificación que le han obligado a representar contra su voluntad ha merecido la pena para evidenciar la alta estima que la diosa Ciencia tiene de sí misma y lo chula que sabe ponerse inclusive con sus más leales, eficientes y ejemplares servidores. Pero como para estas cosas soy agnóstico, creo que la parte concernida del Sistema no se ha portado como una deidad, sino que se ha portado como un jabalí. Es decir, como un puerco singular. Y espero que Otín, al menos, nos ilustre sobre el complejo genoma, metagenoma y exogenoma de este tipo de hozador.

Hay consenso sobre que la pérdida de la virginidad y algunas cicatrices favorecen a los héroes. Quiero creer y creo que no solo volveremos a ver la esperada segunda parte del renacer de la fuerza, sino que, por el bien de la Ciencia, disfrutaremos oportunamente del triunfo de la dignidad, de la voluntad y de la verdad.

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