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Vicente Montes

Cárcel y psicoterapia

La sentencia del Supremo y el síndrome psiquiátrico de la pseudología fantástica

En el año 1891, el psiquiatra suizo Anton Delbrück (1862-1944) definió por vez primera la pseudología fantástica, un problema psiquiátrico que suele conllevar un trastorno de la personalidad y que, básicamente, consiste en creerte tus propias mentiras. Hay algunos rasgos definitorios del pseudólogo y desconozco si existe traslación del síndrome a una colectividad. La sentencia del Tribunal Supremo puede estar vislumbrando en el "procés" la manifestación de un posible trastorno, con lo que conviene que los expertos estén atentos, no sea que más que aplicar en el futuro el artículo 155 lo que el Estado deba hacer sea facilitar una psicoterapia eficaz por la Seguridad Social (o que vayan a la privada, que si no la pagamos todos).

Las mentiras de una persona aquejada de pseudología cumplen ciertas condiciones. Por ejemplo, debe tratarse de historias que parezcan reales, con una dosis de verosimilitud y con una gran carga argumental. Esa tendencia a mentir no es ocasional, sino que perdura en el tiempo: no obedece a una salida para resolver un problema momentáneo, sino que constituye la esencia de una personalidad perturbada. El objetivo de las mentiras es ofrecer una visión de sí mismo más positiva de cara a los demás. Una cuestión relevante es que este trastorno puede conducir a quien lo padece a fabular sobre el pasado, creando recuerdos falsos en los que se interpretan acontecimientos reales o se inventan otros, casi siempre para que el protagonista resulte engrandecido, llevando a cabo acciones de altura moral.

Por ejemplo, podríamos creer que los condenados por el "procés" tal vez se inventaron la mentira de una república catalana basándose en un sentimiento independentista cuajado de revisiones fantásticas de la realidad pasada para dibujar la idea de una rebelión pacífica de un pueblo oprimido que obtendría la solidaridad y admiración del mundo entero. Por lo que vemos, una vez que el Tribunal ha señalado el engaño, el sujeto persiste en él (basta escuchar a Torra y su "lo volveríamos a hacer") y da la impresión de que el paso por el diagnóstico del Supremo no hace más que agravar la patología.

Emil Kraepelin (1856-1926), psiquiatra alemán, señalaba que los pseudólogos "saben perfectamente que abandonan el terreno de la realidad, pero siguen urdiendo su trama por el placer de fabular sin darse cuenta de sus móviles internos". La psiquiatría sostiene que en la pseudología fantástica no hay neurosis ni psicosis: el problema está en la propia personalidad del individuo y la visión que tiene de sí mismo. Dice la bibliografía médica que en estos casos la mentira es una "fantasía comunicada como real", una "gratificación para la persona cuyas aspiraciones exceden sus capacidades" y pretende "reforzar un yo hipertrofiado". La impostura protege al enfermo de la crisis que supondría afrontar su propia realidad.

La pseudología tiene complicado tratamiento: a veces funciona la psicoterapia individual o en grupo, pero por lo general los pacientes suelen abandonar la consulta a las pocas sesiones, incluso justificando ese fracaso con nuevas mentiras. En ocasiones, las consecuencias legales y sociales de los engaños llevan a estos pacientes a reconocer sus falsedades y pedir ayuda, pero no parece que este sea el caso. Da la impresión de que en Cataluña queda terapia para rato. Lo triste del asunto es que la historia nos enseña que hay mentiras de consecuencias graves e impredecibles.

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