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Salmón, especie en peligro de extinción

La falta de políticas para evitar que nuestros ríos se conviertan en un erial

Observo, por los artículos recién publicados en LA NUEVA ESPAÑA, que en cierto sector de pescadores existe gran preocupación por el futuro del salmón en nuestros ríos y proponen, como medida imprescindible para su conservación, la pesca exclusivamente a mosca y sin muerte. Loable intención que en principio podría dar un respiro a la progresiva disminución de peces, aunque a la larga sea insuficiente para conservar una especie que se encuentra, no vulnerable, sino en peligro de extinción. No sé si habremos alcanzado el punto sin retorno, si alguna esperanza queda es imprescindible cerrar la pesca fluvial.

Las campanas repican a funeral si recordamos que, en la década de los sesenta del pasado siglo, en la costa cantábrica había más de cincuenta y pico cauces salmoneros entre Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco. En la actualidad, alguno subsiste de forma testimonial, con un número ridículo de ejemplares. En nuestro solar astur el cerco se va estrechando, Eo, Canero, Cares y Deva están en las últimas. Nos quedan, en penosas condiciones, Narcea y Sella, para los que, por mucho que quieran hacernos comulgar con ruedas de molino, se adivina un negro futuro para un bien que pertenece a todos los amantes de la naturaleza, sean o no pescadores, y que estamos obligados a dejar en herencia a los hijos de nuestros hijos.

Son muchos y variados los males que afectan a nuestros cursos de agua -los más meridionales de Europa con población salmonera-, en la actualidad, quizás el más grave corresponda al cambio climático, al calentamiento global, a la acelerada desaparición del hielo en Groenlandia, se cree que es el principal motivo para debilitar la Corriente del Golfo y cambiar su influencia sobre los ecosistemas marinos de Europa. Entre ellos, uno de los más afectados, sea el de los salmones que, con la modificación de la salinidad de aguas atlánticas y el cambio de temperatura, les haya obligado a variar su ruta, remontando para desovar cauces más norteños y, a la vez más expuestos a la acción de sus depredadores.

La destrucción del cauce de nuestros ríos es sobresaliente. De hecho, resulta a todas luces imposible que los plateados peces alcancen la cabecera para desovar en los lugares más propicios para el mantenimiento de la especie; así lo han hecho durante miles de años. Saltos de agua que impiden su paso y minicentrales que continuamente alteran el nivel que, tan a menudo, o no preserva el mínimo caudal ecológico o arrastra todo lo que encuentra a su paso. Sin duda alguna la freza natural es la única positiva, más, cuando existen serias teorías de que la suelta de alevines de piscifactoría es perjudicial para que la especie pueda realizar con cierta garantía su ciclo vital.

Las depuradoras o no funcionan, o lo hacen a medio gas. En muchos casos los desagües de villas y pueblos van a parar directamente a sus aguas. Por no hablar de los purines que se filtran o trasladan las lluvias a los cauces, industrias químicas, lecheras?, a las que de vez en cuando, intencionadamente o no, para qué negarlo, vierten sus venenosos detritus. A ello podemos sumar la destrucción de la vegetación autóctona de ribera por una especie invasora que va colonizando las orillas sin oposición: el árbol de las mariposas.

Aunque más arriba nos referimos al desove en las cabeceras, no podemos olvidar el deterioro de los lechos. Cada vez que por motivos de lluvia o deshielo se producen grandes riadas, los cauces pierden profundidad, se allanan y desaparecen los pozos donde antaño se refugiaban los salmones y quedaban ocultos. Los lugares para frezar escasean en las partes más alejadas de la desembocadura que los peces puedan alcanzar. El hábitat natural se torna hostil. Más si tenemos en cuenta que la normativa de pesca cada año que pasa es más continuista, nuestra consejería de Medio Ambiente no quiere enterarse de que el salmón es una especie en peligro de extinción a la que hay que proteger vedando la pesca fluvial. ¿Será el juego de los votos? Como complemento directo e imprescindible, hace muchos años que el Principado de Asturias debería de estar luchando para reducir sus capturas en alta mar y adquirir derechos de pesca. Si así lo hicieran, ¿llegarían más ejemplares a nuestras aguas? No lo aseguro.

Por último, unos renglones dedicados a los pescadores que, por supuesto, también tienen su parte de culpa. Desde el momento que se abre la pesca con muerte, las orillas se llenan de cañas, sorteos para conseguir vez y tramos de río que no disfrutan de un minuto de descanso al día. Se chalequean los peces, vamos, que se "grampinan", a salmón visto, desde los árboles. La pesca pierde su característica de deportiva y se convierte en pura carnicería. La escasez de guardería se traduce en impunidad.

Es el momento de recapacitar, de pensar que cada vez que echamos un salmón a tierra las posibilidades de recuperación se reducen significativamente. De seguir con esta nefasta dinámica, en escasos años, nuestros ríos se habrán convertido en un erial y los peces brillarán por su ausencia. Ya no será tiempo de tomar medidas, ni tampoco de lamentaciones. Los salmones, sin remedio, se extinguirán en la Cornisa Cantábrica.

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