Hasta que exista una vacuna o se produzca la inmunidad del rebaño (lo que, en román paladino, supone que al menos el setenta por ciento de las "ovejas" hayan pasado la enfermedad) conviene dar pasos cortos, precisos y seguros. O sea, que no conviene una salida en tropel o una estampida este fin de semana en el que los meteorólogos auguran temperaturas casi veraniegas y las calles y lugares públicos se llenen de corredores anónimos dispuestos a meterse entre pecho y espada la maratón de Nueva York como Fernando Couto en sus buenos tiempos.
Los test son aún muy pocos, los asintomáticos abundantes y la posibilidad de un rebrote de la epidemia tendría consecuencias brutales para la sanidad y para una economía ya muy maltrecha, como muestran los datos más recientes de la Encuesta de Población Activa (encuesta que resulta fiable porque no la cocina Tezanos sino que se construye al dictado de la situación de las empresas y del alicaído mercado de trabajo).
No queramos salir de esta a la carrera como si fuéramos todos Abebe Bikila o Paavo Nurmi. No vale ponerse las mallas y las zapatillas de "running" como si estuviéramos en la clasificatoria para los Juegos de Tokio. Así que, queridos amigos, los que vayan a trotar con las nuevas medidas de desescalada, que se apliquen las medidas necesarias: con mascarilla, las manos bien lavadas y manteniendo a rajatabla la distancia de seguridad. Ojo con el rebufo del corredor de delante, que después de tantos días de encierro puede ir echando el bofe.
