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Francisco Sosa Wagner

El efecto pacotilla

Un ingrediente destructor

El efecto pacotilla

Es el efecto de la mascarilla y de la pesadilla. De la pastilla y de la jeringuilla.

Es parecido al efecto calderilla. Es dinero, sí, pero dinero devaluado, de escaso interés, una sombra de lo que fue: del billete de banco orondo, redondo, desafiante, se van desgajando monedas, después monedillas, hasta convertirse en calderilla. Es lo que ocurre con la luna en el firmamento que, cuando es plena, suscita a los poetas la máxima admiración “la luna llena es un diamante que lanzó la onda de un gigante ...” cantó Tomás Morales, hasta que se va desgajando en los cuartos siendo ya una insignificancia si la comparamos con su pasado señorío.

Para mí, el efecto pacotilla conduce a la falsilla. Y desde esta, desde la falsilla, llegamos al plagiario porque ya Ramón Gómez de la Serna nos enseñó que el plagiario es quien se ha olvidado de “poner las patillas de lo ajeno que son las comillas”.

De donde el efecto pacotilla es primo hermano del plumilla que plagia. Pues quien va por el mundo luciendo su efecto pacotilla es quien copia de un original ajeno y lo convierte en propio, consumando una chapucilla.

La pacotilla es la papilla de una gran comida, lo que queda para consumo de dispépticos y adictos del Omeprazol.

La pacotilla es la camarilla, una degradación de la cámara.

Como la pelotilla es una humillación de la pelota. Y el pelotilla del pelota.

O la ventanilla, con su funcionario indolente detrás, lo es de la ventana, con sus cortinas y su señora ilustre que sostiene la historia y las historietas del barrio.

La hablilla, por su parte, es un rumor mientras que el habla es una facultad de académicos y otros sabios. O sea, de quien no nos empacha con sus muletillas.

La mentirijilla es un pasatiempo, muy lejos de la mentira que se expresa con gran retórica y aldabonazos de desfachatez.

Si con el zapato caminamos por salones, despachos y los meandros más exigentes de la vida, con la zapatilla no salimos del pasillo de nuestra casa.

Pues ¿y la pescadilla, ese pez, apogeo de la liviandad piscícola, solo apto para períodos aflictivos y postoperatorios?

Lo único que se salvaba era antiguamente la pantorrilla pero eso era en tiempos de privaciones visuales, hoy la pantorrilla no merece el más mínimo respeto por parte de un voyeur, si quiere mantener su prestigio.

El efecto pacotilla tiene algo – no lo olvidemos- del efecto ladilla, parásito que se agarra y pica con convicción y sin arrepentimiento.

Y tiene mucho de angarilla, camilla pensada para transportar cadáveres.

En fin, el efecto pacotilla es a la política lo que el efecto polilla a la lana: su ingrediente destructor.

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