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JC Herrero

Después de un año de no ver tierra

Recuperar el tiempo perdido en los geriátricos

Hace un año echamos grito al cielo clamando “¡test, test, test!”. Entonces era impensable una vacuna. La estrategia de los gestores de residencias de ancianos, de la sanidad, fue más que todo numantina. Salvo excepciones, a los residentes se les confinó intramuros, ahí donde el “enemigo” se cebaba con ellos. Basta con releer los “partes de guerra” diarios, incluida la intervención militar, armados con mochilas antivirales adentrándose en el frente. Las funerarias se vieron impotentes ante tanto deceso, los soldados sorprendidos ante tanta baja.

Falta perspectiva con la que relatar historias de vida, y ese día llegará cuando se encienda la llama permanente, homenaje al anciano desconocido. En las batallas reales, al menos, un camarada rescataba tu placa de identidad: ¿cuántos ancianos fallecieron solos, sin consuelo, anónimos con tanta restricción, atónitos sus familiares?

Con la inmunidad alcanzada, a los profesionales de los centros geriátricos se les plantea, ahora, el reto de recuperar física y anímicamente a sus pacientes, que eso son, más pacientes que usuarios de cuya paga detraen las costas de alojamiento y pensión completa.

Ya vacunados, las consejerías de Sanidad versus Bienestar Social deben aclarar y definir protocolos de visitas, normalizar el día a día de nuestros ancianos. Después de un año de no ver “tierra”, embarcados, asustados y en parte incomprendidos, se buscan ideas, innovaciones con las que recuperar su forma física y delicado estado anímico. Otra papeleta para las cuidadoras que les cuidan, enfermeras y auxiliares de enfermería, también necesitadas de rescate, son el contrafuerte del sistema a las que se les pide otro do de pecho.

Los servicios sociales vuelven a cargar las espaldas de sus trabajadoras. ¿Quién cuida a las que cuidan?, es la pregunta. Los geriátricos en este año pandémico han sido más hospital que otra cosa, con la diferencia que los residentes no se van de alta, es su domicilio familiar a todos los efectos.

A la pregunta –oficial– hecha a las trabajadoras de las residencias tras alcanzar la inmunidad: ¿Cómo recuperarías el estado anímico y físico de tus pacientes-usuarios?, le corresponde dos obviedades:

La primera es que, antes de pasar esa responsabilidad, la administración está obligada a auditar el daño causado a cada residente, de cómo era su condición psicofísica antes y después de la pandemia. Y, segunda, auditar el desgaste de las propias auxiliares y enfermeras, cuidando a las que cuidan.

Sin esos preceptos, abusar de “tormentas de ideas” con las que cubrir formalismos de carrera horizontal, no avanzamos. “Porque la guerra nos lo impidió” es tiempo de hacer bien las cosas, los riesgos psicosociales se evalúan con aquella proclama inicial de “¡test, test, test!”. Sin esta evaluación previa no hay acción que valga, es un mero postureo que las administraciones deben reconsiderar.

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