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Elena Fernández-Pello

Amores que matan

La idealización de las relaciones de pareja y la violencia machista

Una activista de FEMEN

La experta en big data Laura Sagnier aparcó su carrera en una consultoría privada y redirigió su actividad dejándose guiar por su compromiso feminista. Hace un par de años presentó las conclusiones de una investigación, “Las mujeres hoy: cómo son, qué piensan y cómo se sienten”, que tuvo cierto eco en los medios de comunicación y para la que encuestó a 2.400 mujeres. Con lo que ellas le contaron trazó un retrato de la mujer española actual. Una de sus conclusiones era que, para la mayoría de las españolas, el amor romántico seguía siendo una prioridad y determinaba su nivel de felicidad. “La pareja que hemos escogido para compartir nuestra vida tiene la sartén por el mango en este sentido”, según Sagnier. De todos los ingredientes de la receta de la felicidad, para las españolas el amor romántico es el principal, seguido de una buena salud y un aspecto físico atractivo.

Y, sin embargo, esa forma de entender el amor cada vez está más cuestionada y anda de capa caída. Para empezar porque en los tiempos que corren, los de la modernidad líquida, la globalidad y la movilidad, los de las redes sociales inabarcables, ya no hay muchas cosas estables y duraderas. Tampoco se podía esperar que lo fueran los afectos que, salvo cuando nos atan por lazos familiares, van y vienen, como todo el mundo. Es difícil mantener compromisos para toda la vida, cuando esta es tan larga y se desconoce dónde nos acabará arrastrando.

Pero la mayor flaqueza y la mayor crítica que se le hace a esa idea del amor, que ha traspasado generaciones, es el tipo de relaciones que promueve. Deben ser incondicionales y exclusivas y los amantes solo necesitan, para su felicidad, el uno del otro. Si se lleva al extremo, el juego romántico puede acabar convertido en una trama de dependencias, con salvadores y salvados y las emociones descontroladas. Incluso se puede usar como aderezo un poco de la mística del sacrificio.

“No puedo vivir sin ti” es el paradigma de esa forma de entender el vínculo de pareja, con los amantes haciendo lo indecible para evitar que se rompa el nudo que los une. Si yo no puedo vivir sin ti, estás condenado a vivir conmigo.

A difundir esa forma de entender el amor de pareja han contribuido los cuentos de hadas, las princesas Disney, las novelas y las telenovelas, el cine, hasta la Santa Madre Iglesia.

Es difícil resistirse a la hipnótica ilusión de un amor “como los de antes”, un “amor de verdad”, pero cada vez hay más voces que se rebelan. Están los defensores del poliamor y están quienes simplemente proponen relaciones de igual a igual, en la que ambas partes pueden mantener su independencia y su libertad.

En los últimos meses abundan los libros y los artículos que afrontan esa crisis del amor romántico y no son pocos los que plantean que ese ideal está detrás de la violencia machista. “Somos el uno del otro” o “Eres solo mía”. Ese sentimiento de posesión no augura nada bueno, desde luego, y su consecuencia es una necesidad de control que, como se ha hecho evidente al ir amainando la pandemia y abrirse las puertas de las casas, puede ser mortal: en cuatro días de este mes de mayo han muerto cuatro mujeres y un niño víctimas de la violencia machista.

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