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Jim sería hoy un viejo excéntrico

Ayer fue el Día Mundial del Rock, pero conviene personificarlo en un santo. Jim Morrison, de cuya muerte se cumplió hace días medio siglo, tiene casi una religión mitómana detrás, pues confluyen en él los rasgos más elevados del arquetipo de artista de los 60/70 del siglo XX: radical ruptura generacional (hijo de un almirante de la US Navy), talante visionario, evidente genio artístico, capacidad para rebotar influencias eclécticas de prestigio y voluntad de llevar por el lado salvaje de la vida el tríptico sexo, drogas y rock & roll. Encima forma parte del conocido como Club de los 27, que reúne a los muertos a esa edad. Morir en torno a la treintena es casi garantía de divinización, pues, aunque el paso de los años pueda llegar a hacerle a uno venerable, ser divino es otra cosa. En el fondo Jim era un hijo tardío del dios mayor Elvis, pero sus feligreses no coinciden para nada.

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