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Anxel Vence

Al rico pulpo de granja

La reproducción en cautividad del apreciado cefalópodo

El pulpo como animal de compañía con el que bromeaba un popular anuncio del juego Scattergories está a punto de abandonar su condición de chiste. La ciencia ha superado a la imaginación de los publicistas.

Allá para el próximo verano saldrán a la venta, en efecto, los primeros pulpos de granja criados en O Grove por una empresa que ha conseguido su reproducción en cautividad. Galicia y en consecuencia España dan así un paso decisivo en la domesticación de la fauna marina, que hasta no hace mucho parecía cosa mágica, algo misteriosa y propia de japoneses.

Casi treinta años de investigación han sido necesarios para convertir a este entrañable cefalópodo en un animal doméstico o, al menos, domado. Trabajaron en ello oceanógrafos de Vigo y Tenerife, además de los investigadores contratados por la firma que ahora se dispone a comercializar el producto.

Aunque la domesticación del pulpo pueda parecer una anécdota, lo cierto es que se trata de un dato muy significativo del avance que la acuicultura ha experimentado en este reino, otrora famoso por su abundancia de marineros.

Todo sugiere que estamos ante una verdadera revolución en los mares, comparable a la que en su momento supuso el paso de la caza salvaje a la agricultura y a la ganadería. Una civilización de los procesos productivos, si se quiere ver así.

Ahora sí podremos afirmar con toda propiedad que el pulpo es un animal de compañía. Ni siquiera es improbable que los buzos adopten como mascota a uno de estos cefalópodos que tanto miedo le metían en el cuerpo a Julio Verne. Mayormente, los gigantescos kraken a los que noveló en sus 20.000 leguas de viaje submarino.

A Verne, acompañado de un pulpo de mucho tentáculo, le han levantado un monumento en Vigo, que no todo van a ser luces de Navidad. Fue sin duda un homenaje con carácter previo a la doma del pulpo, que dentro de unos pocos meses saldrá a los supermercados directamente desde la granja en la que se cría.

Algo del visionario Verne, novelista de futuros, hay en este vasto proyecto de sustitución de la pesca extractiva por la de cultivo. La crianza del pulpo es un nuevo avance en los aportes que Galicia ha hecho a la socialización de los alimentos.

Años atrás, los capitanes de industria del país habían dado ya el primer paso al popularizar el consumo de pescado mediante su congelación en barcos-factoría en alta mar. El previsible abaratamiento de la carne de pez – o de cefalópodo- criada en granjas acuícolas cerraría ahora ese círculo virtuoso, con la ventaja añadida de que se trata de una producción controlada y renovable.

Cuestión distinta es que los animalistas más extremados consideren una atrocidad el consumo de pulpos, tanto da si de granja o salvajes.

Un reciente documental premiado con el Óscar –“Lo que el pulpo me enseñó”- revela que estos animales de tan gran cabeza gozan de un cerebro que funciona de forma inquietantemente parecida al de los seres humanos. Comérselos sería, desde este punto de vista, una singular forma de canibalismo.

No parece que esa idea, muy respetable, vaya a mermar el apetito de los adictos al pulpo, que son multitud aquí y en Japón. Mucho menos ahora que lo hemos convertido en animal de granja y hasta de compañía.

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