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Roger Campione

Las atrocidades de la guerra

La importancia de que las autoridades extremen el control sobre las reglas de conducta bélica, el derecho internacional humanitario

Vehículos colapsan las carreteras huyendo de los combates.

Barak Obama, quien recibiera el premio Nobel de la paz en 2009, siendo después el primer presidente de la historia de Estados Unidos en haber cursado dos mandatos sin un solo día en que su país no estuviera en guerra dijo, en el discurso que dio a los congregados en el Ayuntamiento de Oslo, que “la guerra fría concluyó con una muchedumbre jubilosa que derribó un muro”. ¿Lo pensaría de verdad? No puedo contestar a esta pregunta, obviamente. Puedo inferir que, de ser cierto, con el desmoronamiento de la Unión Soviética habría tenido más sentido un progresivo repliegue de la OTAN que su ampliación a los territorios antes ubicados al otro lado del telón de acero. George Kennan, el diplomático estadounidense famoso por la política de contención hacia la Unión Soviética, en 1997 había avisado sin rodeos de que la expansión de la OTAN sería un error fatal en la política estadounidense, porque esa decisión inflamaría las tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en la opinión rusa; es decir, iría en la dirección opuesta a los propios intereses norteamericanos. También decía Obama en el mismo discurso que “se puede justificar el uso de la fuerza armada por motivos humanitarios, como fue el caso de los países balcánicos”, sellando así el valor moral de la ‘guerra humanitaria’, sintagma surgido para cambiar de ropa, sin cambiar el cuerpo, al concepto tradicional y escolástico de ‘guerra justa’. En realidad, la intervención militar perpetrada por la OTAN contra Serbia en 1999 fue emprendida y conducida ilegalmente. Allí nos familiarizamos con cosas como el uranio empobrecido y las bombas de racimo utilizadas para bombardear trenes de pasajeros civiles, embajadas, cadenas de televisión, mercados, hospitales, autobuses y cárceles. De hecho, a raíz de estas violaciones del derecho de guerra también aprendimos conceptos como el de “efectos colaterales”, en lugar del de “protección de la población civil”.

Michael Walzer sostenía en su fundamental obra “Guerras justas e injustas” que el peligro radica en la indiferencia moral, no en la codicia económica o en las ansias de poder. Yo, en cambio, me reconozco más en Cicerón cuando decía “nervos belli, pecuniam infinitam” (el nervio de la guerra es la gran cantidad de dinero) y, desde este punto de vista, observo que en 2021 la necesidad europea de gas de Moscú ha subido hasta el 46,8%, contribuyendo a la multiplicación del facturado de Gazprom. En este panorama puede sonar curioso que la Unión Europea aplique sanciones económicas a Rusia.

Putin acusa ahora al gobierno ucranio de genocida pues el Comité de Investigación de Rusia sostiene que miembros del Gobierno de Ucrania han ordenado el uso de armas prohibidas y que ha habido bombardeos masivos con morteros, lanzagranadas, artillería de gran calibre y armas pequeñas. Esto lo utiliza Putin como excusa para justificar la entrada militar en el Donbass, invadiendo el territorio de Ucrania, camuflando así una clara violación del derecho internacional.

Estas tergiversaciones son una constante histórica y están presentes en todos los conflictos bélicos cuando se usa (y se abusa de) la justicia de la causa que los provoca, porque es fenómeno congénito de la guerra que los beligerantes afirmen que están actuando sobre la base de una justa causa. Esta, me parece, es la única constante moral invariable en la reflexión sobre la legitimación de la guerra. Los esquemas de argumentación pueden cambiar, las leyes también, así como los valores, pero hay algo perpetuo en todos los conflictos armados, viejos y nuevos, internos e internacionales, simétricos y asimétricos: cada una de las partes entiende que está en el bando correcto. Lo había dicho claramente Alberico Gentili, uno de los padres del derecho internacional, a finales del siglo XVI: está en la naturaleza de la guerra el hecho de que ambas partes de la contienda pretenden tener la razón de su lado.

Así que, para colmo, solo faltaría que, para legitimarse ante la opinión interna y exterior, Putin se atreviera a llamar “guerra humanitaria” su ataque a Ucrania…

Por eso sería de primaria importancia que las instancias internacionales extremasen el control sobre el cumplimiento de las reglas de la conducta bélica, es decir, el “ius in bello”, el derecho internacional humanitario, se piense lo que se piense acerca de las razones y las causas de la guerra. La diplomacia europea, poco protagonista en un tablero geopolítico donde se ha resguardado a la sombra de la OTAN, podría reivindicar un papel destacado en este sentido, en virtud de su tradición intelectual y sus dramáticas experiencias históricas, sobre todo para disuadir a Rusia de seguir por ese camino. Al menos para quienes compartimos el famoso “dulce bellum inexpertis” de Erasmo de Róterdam: la guerra pueden desearla solo los que nunca la han experimentado y, por tanto, ignoran sus atrocidades. Eso es lo da más miedo de las guerras: las atrocidades.

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