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Cosme Marina

Una generación de oro

Ayer fallecía la mezzosoprano española Teresa Berganza, una de las leyendas de la ópera mundial y, sin duda, referencia indiscutible en la interpretación operística de las últimas décadas, omnipresente en la segunda mitad del siglo XX. Berganza ha formado parte de una generación de cantantes españoles que asombraron al mundo por su talento, capacitación técnica y presencia escénica. Ella aunaba todas esas cualidades y, además, hacía gala en los mejores escenarios internacionales de una personalidad arrolladora.

Escribí cuando se festejaron sus ochenta años que Berganza era una gloria nacional. Ahora, entra en el Olimpo de nuestros intérpretes egregios. Su carrera tuvo una intensidad enorme, pletórica de éxitos, compartida con los más importantes maestros, colegas y directores de escena. Brilló en múltiples repertorios, pero en los roles de mezzo de compositores como Mozart, Rossini o Bizet era imbatible. También sus recitales, cuidados y exquisitos, se convertían en acontecimientos y fue gran defensora del repertorio español.

Con su aterciopelado timbre y una emisión robusta, flexible y de brillo argénteo en el registro agudo, su vocalidad, tan genuina, emocionaba al público y se ganó el respeto de sus colegas. Berganza siempre fue una profesional exigente con los demás, pero antes que nada consigo misma. Tenía enorme respeto al público y si ella consideraba que no estaba en las condiciones idóneas no dudaba ni un segundo en cancelar o aplazar un concierto. Esa honestidad no todos la tienen y quien la posee logra transmitirla desde el escenario y se convierte en un imán que atrapa al espectador.

Más de medio siglo sobre la escena, desde su debut en 1955, nos indica cómo un cantante sí puede conseguir una carrera larga si es capaz de asentar la técnica adecuada y no se deja llevar por los habituales cantos de sirenas de jugosas ofertas económicas que acaban suponiendo una tumba vocal a largo plazo. Además, ella supo ejercer el magisterio, transmitir a los jóvenes su sabiduría y técnica a través de la enseñanza en la que estuvo volcada cuando se retiró de los escenarios. Fue una cantante generosa y, con discreción, se implicó en numerosas causas humanitarias.

En Asturias ofreció recitales en el Campoamor y otros escenarios del Principado. Recibió el Premio “Príncipe de Asturias” de las Artes y el Premio Lírico Campoamor como reconocimiento a su carrera y tenía una relación muy especial con el poeta Pablo Ardisana, que veneraba su voz. Del teatro ovetense escribió, hace unos años una hermosa frase: “En lo que a la música se refiere, en los buenos y en los malos tiempos, el Campoamor nunca dejó huérfano de cultura a su público”. La recordaré risueña y con enorme sentido del humor para sobrellevar cualquier percance. Su presencia en el escenario luminosa, radiante, nos reconciliaba con el canto de alta escuela. Era un verdadero blindaje ante la mediocridad que se nos quiere tantas veces vender como relevante y no es más que humo pasajero. Ella supo marcar la diferencia. Su legado permanecerá porque, al final, ha sido y es sustancial.

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