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Susana Solís

Futuro Europa

Susana Solís

Dignificar los cuidados

Un mensaje de la Eurocámara sobre la atención a la tercera edad que interesa mucho a Asturias

Abrir al fin el debate de la economía de los cuidados es un deber como sociedad. ¿Por qué? Porque es valorar el trabajo que tantas personas, sobre todo tantas mujeres, han llevado a cabo en la sombra, al margen del reconocimiento y la tranquilidad que aporta un salario digno y unos derechos laborales equiparables a los de cualquier otro sector. Abordar el mundo de los cuidados es, en definitiva, un acto de normalidad que ya lleva demasiados años posponiéndose.

Comencemos por los números. Si analizamos los datos de la última Encuesta de Salud para Asturias, el 40% de las mujeres con una persona con discapacidad a su cargo aseguran dedicarse a ello en solitario. Ocurre lo mismo con el 37% de las mujeres que tienen a su cargo a menores de 15 años y con el 41% que cuidan a mayores de 74. La proporción de cuidados compartidos o de hombres en solitario baja drásticamente en cualquiera de las tres categorías.

Ampliando el foco al ámbito europeo, el panorama es similar. Según datos de la Comisión Europea, "el 80% de los cuidados de la UE lo prestan cuidadores informales, el 75% son mujeres y una gran parte de origen migrante".

Estas son las cifras; pero solo hace falta echar un vistazo a nuestro alrededor para tener la certeza que el reparto de los cuidados es en muchas ocasiones no remunerado, desigual y precario.

Con esta realidad presente, la pasada semana aprobamos en el Parlamento Europeo la Estrategia Europea de Cuidados, una ambiciosa iniciativa que propone una hoja de ruta clara para dar la vuelta a la realidad del sector. ¿Cuál es su principal aspiración? Regularizar a todas aquellas profesionales que estén trabajando en negro y poner las bases de un mercado laboral moderno que tenga en cuenta la experiencia y capacidades, abriendo la puerta a la formación y a la mejora continua de aquellas personas que trabajen en el sector.

Sacar de la economía marginal el mundo de los cuidados es también una cuestión de supervivencia. Asturias es una de las regiones más envejecidas de Europa, por lo que la necesidad de atención especializada y dedicada a la tercera edad será una prioridad creciente con el paso de los años. Sacar de la economía sumergida un sector que cada año representará una parte más importante del PIB asturiano es, por tanto, una obligación a todos los niveles.

Abordar la economía de cuidados desde una perspectiva integral nos obliga a preguntarnos cómo afecta a las regiones y las zonas despobladas este tipo de servicios. Vivir en el pueblo está ligado a desventajas ya conocidas como la distancia respecto a servicios públicos y la dificultad para acceder a los sistemas de atención y de ayuda a la dependencia.

Para hacer justicia con el sector de los cuidados tenemos que prestar especial atención a estas particularidades regionales. A esa persona que tiene que coger el coche y conducir 45 minutos para llevar a su padre al hospital o recoger a su hijo de la guardería. A mayor tiempo invertido en trabajos no remunerados, menor independencia económica y mayor brecha a la hora de cobrar las pensiones. No es que el trabajo no se haya hecho durante la vida profesional; simplemente, es que la sociedad le está dando la espalda. Y esto es profundamente injusto.

Uno de los pilares sobre los que debería cimentarse esta revolución de los cuidados en España es el PERTE, esos proyectos estratégicos para la recuperación y transformación económica pensados como articuladores de inversiones público-privadas.

Hasta el momento, en el PERTE de economía social y de los cuidados solo encontramos un cascarón carente de contenido. Se cifra la inversión prevista en 800 millones de euros y el peligro que corremos es que la complejidad y la gran cantidad de proyectos subvencionables acabe diluyendo la inversión sin crear una estrategia común que profesionalice de facto un sector como el que nos ocupa.

Con la estrategia aprobada la semana pasada en la Eurocámara no planteamos ninguna revolución. Solo marcamos las líneas rojas de legalidad y reconocimiento a todas esas personas, sobre todo a esas mujeres que cargan sobre sus hombros una losa que sigue siendo invisible para muchos, generación tras generación. Es hora de decir basta.

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