Antes de ser dibujante de cómics fui ilustrador de prensa. Tuve algunas épocas de dibujante de tira diaria, en las que sufrí no poco y aprendí bastante. Para un autor de cómics, lo de que te pidan dibujar una tira diaria es casi como que te manden a galeras. Yo soy un historietista de los que fabrican libros de trescientas páginas, lo que viene a ser un parsimonioso corredor de fondo; un dibujante de tira diaria es, en cambio, un esprínter.

Cuando se trata de dibujar cómics, lo urgente casi siempre acaba desplazando a lo importante. Si uno juzga que no está lo suficientemente inspirado en la faena, siempre puede abandonar la mesa de dibujo a media mañana para irse a tomar un café o hacer limpieza en el garaje. El historietista crea su obra en el mundo civilizado, de acuerdo a sus horarios, usos y costumbres.

El dibujante de prensa, en cambio, es un artista montaraz, que ha de adaptarse, quiera o no, al ecosistema selvático e indomesticable del periódico, territorio este en el que no hay guías ni normas, salvo la única norma posible: el periódico ha de salir mañana. El dibujante de prensa ha aprendido a sobrevivir en este medio, a calcular los tiempos, a agazaparse tras su mesa, a recibir del guionista de turno una idea para la tira de mañana como un cazador de la Amazonía recibe un silbido jíbaro y en tres movimientos apresa un capibara.

Ese animal exótico capturado es la tira que está por publicar. Nadie en la redacción pensó que fuera a aparecer, pocos creyeron que, aun aceptando que asomara la jeta, se dejaría cazar fácilmente, y, sin embargo, ahí está. Ilustrada a todo color, lista para ser maquetada e impresa. Y así todos los días.

Tengo que confesar que nunca fui buen caricaturista, como nunca fui buen ilustrador de prensa, así que cuando en alguna ocasión tuve que meterme en el pellejo de dibujante de tira diaria casi siempre recurría a Pablo García. Con cierto embarazo recaricaturizaba sus caricaturas, siempre un poquito peor, para que no se notara la trampa –aunque no lo hacía a propósito–, y salía del paso con más o menos fortuna, siempre mirando el reloj, vigilando el cierre de la edición.

Las agujas del reloj se desplazaban de izquierda a derecha mientras yo garabateaba a Tini Areces, Álvarez-Cascos o Fernández Villa, y el ruidito mecánico que hacían ya no era el "clic" que escuchaba normalmente, sino que se parecía más al "bong" que retumbaba en la galera romana de Ben-Hur mientras Ortatus marcaba el ritmo de boga sobre unos tambores de piel de toro. Luego aparecía un tribuno y decía al galeote: "Rema y vive", como si el galeote no tuviera ya bastante con lo suyo, que en mi caso vendría a ser algo así como: "Acaba la maldita tira de una vez, mándala a redacción y luego ya podrás bajar al bar".

Igual que Ben-Hur en la película, yo me salvaba del naufragio y ganaba mi libertad gracias al dibujante de cabecera de LA NUEVA ESPAÑA, del que tomaba prestados sus trazos elegantes y sus retratos certeros de personajes de actualidad. Pablo dibujaba la realidad con gran economía de trazos, con la pasmosa sencillez de los grandes caricaturistas.

No me di cuenta hasta más tarde de que estaba aplicando la técnica equivocada, y mis personajes intentaban ser muy realistas, estaban cargados de rayitas y detalles. Pablo, que vivía cada día con el reloj a la espalda y la amenaza del cierre de edición, sabía que el éxito de una tira cómica es siempre resumir, sintetizar, extraer lo esencial. Nada más se necesita, y, de todas formas, no hay tiempo para más.

Los dibujantes de las tiras del periódico ostentan, de alguna forma, el rango de abanderados del diario en el que publican. Hubo una época en la que sus dibujos servían para identificar la marca casi mejor que la tipografía de cabecera. Son confalonieros de la gaceta a la que sirven lealmente cada día, sin retrasarse en la entrega de la obligada tira, casi sin ponerse enfermos y con un poquito de mala conciencia cuando se cogen vacaciones.

Pablo García ha recibido numerosos premios por su talento de ilustrador; premio doble porque el galardón reconoce también a LA NUEVA ESPAÑA; premio triple si subimos la apuesta porque, de todas formas, el premio mayor es ese lector anónimo que, en el butacón de la salita o la barra del bar, se lanza a abrir el periódico sin apenas ojear los titulares de la portada para leer "el chiste" de la página siguiente.

Sonríen, o ríen, y el dibujante de la tira se apunta una nueva victoria mientras ya está pensando en la tira de mañana. El mérito de "La tira y afloja" es, sobre todo, que sus autores ya llevan "la tira" y a pesar de todo, no "aflojan". Y así todos los días.