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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

Libros de estampas y paisajes literarios

Lecturas para unos días de retiro

Ilustración: Pablo García

No me queda tiempo para perder con las llamadas magistrales obras maestras hodiernas, que acaban por traducirse en tonterías. Siempre que antes debía pasar unas cuantas jornadas de retiro, tenía la costumbre de acopiar novedades literarias de rabiosa actualidad. Siempre que hoy debo pasar unos cuantos días de retiro, tengo la costumbre de acopiar clásicos: Grecia, Roma y mucho XVI-XVII español. Cuando hacia los primeros 70 del XX intentaba −ay de mí− apantallar a don Gonzalo Torrente Ballester (Aviso: un colosal escritor) en su casa madrileña, citándole títulos recentísimos que él desconocía, me liquidó de un plumazo que solo años después comprendí cabalmente: "Pero por lo menos habrás leído ‘La Divina Comedia’ ¿no?". (Aviso de pedantería necesaria: cuando a CJCela le concedieron el Premio Nobel de Literatura parece que tuvo la decencia de reconocer que quien se lo merecía de verdad era GTBallester). Tres años después, Juan Benet (Aviso: otro gran escritor) me confesaba ante una jactancia mía semejante que él se divertía con "Las Oraciones Fúnebres" de Bossuet, que a saber con qué "productos de letrinas" (sic) lo pasábamos bien en provincias. (Aviso de rencor: no faltan actuales próceres que citan a boca llena a Montaigne y que cuando yo les proponía su lectura años ha me tildaban de rancio y trasnochado). O sea, la ironía que atribuyen a Jorge Luis Borges (Aviso: otro grandísimo escritor, muerto en 1986): "Una vez me preguntaron: ‘¿qué piensa usted de los poetas contemporáneos?’ Yo les dije: ‘Hay un joven poeta, Virgilio, que promete mucho’". (Virgilio falleció el 19 a. C.). O sea, de lo que se pavoneaba Voltaire: "Yo me atengo a los libros antiguos, pues siempre me enseñan algo; de los nuevos aprendo muy poco".

Por lo tanto, en una quincena de retiro, me entretuve con los clásicos que John Andrew Sutherland recoge en "Paisajes literarios", una antología de las tantas maneras de ver lo que tuvieron, tenemos y tendremos que ver: el Bath de Jane Austen, la Lombardía de Manzoni, el París de Balzac, la Cumbres Borrascosas o el Londres de Dickens, las Highlands escocesas con Stevenson, Edith Warton y Nueva York, la Roma de Moravia, el Berlín de Döblin, el Misisipi de Faulkner, Dublín con James Joyce. Los barcos de vapor de Mark Twain, Los Ángeles de Chandler, Lisboa de Pessoa, el Toronto de Ondaatje... Paisajes literarios, pero muy requetebién escritos, y con santos o estampas: esa delicia que me vuelve a la infancia. Y los mapas (ficticios casi siempre), para perderse en ellos. Cuánto aprendí (geografía e historia) y disfruté, volando se me pasó la quincena. Mucho más que si hubiera acopiado tanta obra magistral, brutal, bestial, total, tanta atrevida y radical apuesta como −a juzgar por los adanistas de los suplementos literarios− nacen a diario y no valen una mierda. (Aviso de tiquismicada sobre mi libro de paisajes literarios: Françoise Sagan no fue una "figura de las cartas francesas"; lo fue de las "letras" francesas, a ver si traducimos bien, caramba, que si encima de que solo leemos cuatro nos lo sirven a la trágala, pues mal vamos).

Pero para que no me tachen (demasiado) de viejuno, "boomer" y tal, entro sin miedo en una novedad literaria que su autor me regala y cuyas anteriores obras disgusto alguno me causaron: "Entra sin miedo en la luz más antigua", de Javier Lasheras, pacense asturiano, cuyo municipio de origen (Don Benito) perdió al fusionarse con el de Villanueva de la Serena la histórica oportunidad de renombrarse como Don Benito Sereno (en más que evidente paisaje conradiano si bien extremeño). Por fin, se llama Vegas Altas o no sé cuántos. La novela me llega muy recomendada por gente de bien y de fiar. No puedo extenderme demasiado sobre ella pues salgo en la misma y olería a peloteo, amén de que ya se escribió por aquí muy bien al respecto. Solo digo que se trata de un paisaje literario: de Europa.

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