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Laura Gutiérrez

Visión de una investigadora en las trincheras del laboratorio

La escasa financiación de un instituto que cuenta con científicos excelentes

Se ha publicado recientemente un mensaje vaticinador acerca del ISPA por su anterior director científico, Carlos Suárez. Esta publicación fue seguida al día siguiente de un reportaje que enumera una serie de detalles que son a su vez la punta del iceberg de la problemática del ISPA, información que parece haberse contrastado con investigadores del Instituto de manera anónima. Esto puede dar lugar a la asunción de que un colectivo está de acuerdo en manifestarse de esta manera, sin que haya un debate inclusivo e interno previo.

Por esta razón, me ha parecido oportuno redactar mi visión personal. ¿Y quién soy yo? Nada más que una investigadora en las trincheras.

El ISPA, Instituto de Investigación Sanitaria del Principado de Asturias, constituye en sí mismo una iniciativa que se ha fraguado en sus orígenes con una visión singular, casi utópica, para promover la investigación biomédica en nuestra región. Casi utópica, porque, en nuestro país, y quizá en nuestra región todavía más, la actividad científico-académica se sostiene con muchísimo esfuerzo (y la sangre, sudor y lágrimas añadidas).

Es en esos orígenes donde los objetivos del Instituto se definen, centrándose en la actividad investigadora biomédica y la formación de futuros investigadores –la cantera– que consigan hacer del Instituto un centro de investigación destacado, de excelencia, pero a su vez, con identidad propia. Y son los investigadores que conforman el ISPA los que hacen que la casi-utopía pueda hacerse proyecto y realidad, puesto que contamos para nuestro orgullo con investigadores de excelencia en este entorno, de los que además podemos inspirarnos los más noveles.

Y ustedes se preguntarán, y esto ¿para qué sirve? ¿Cómo revierte el avance científico en la población general? Aunque sea obvio, a veces nos olvidamos de que la investigación se propone generar conocimiento, el cual es motor de innovación para desarrollar soluciones con beneficio directo a la sociedad. En el campo biomédico hay avances muy mediáticos (como los que hemos vivido en tiempos de pandemia, o los relacionados con patologías como el cáncer), y otros muchos, cumulativos, que permanecen en la sombra, ocultos a la población general, pero que, en un determinado momento, van a ser la base de ese desarrollo o innovación que dará un valor añadido a la sociedad, bien en forma de diagnóstico precoz o de tratamientos más eficaces o personalizados.

Pero la investigación (biomédica) es un proceso en sí mismo lento y muy caro, que requiere de una infraestructura de soporte que dé apoyo y estabilidad a los equipos investigadores, que promueva las interacciones y la internacionalización, de modo que todos nos aseguremos de ir en la buena dirección y evitar reinventar la rueda (y en ese caso, malgastar los fondos). La investigación necesita inversión, y esta inversión es de alto riesgo, pero necesaria para la sociedad. Es el mantenimiento de esta infraestructura, y el apoyo a los equipos investigadores, lo más difícil.

Para ello, un instituto de investigación que se precie debe aportar no solo equipos de gestión competentes que faciliten la labor a los investigadores, sino las herramientas básicas de trabajo en el campo requerido, así como la financiación de proyectos de investigación al margen de las ayudas obtenidas por los investigadores.

A día de hoy, ya se ha comentado, la financiación de la que dispone el ISPA es insuficiente para sustentar la actividad del mismo. La actividad investigadora del Instituto se nutre esencialmente de los proyectos y financiación otorgados a los grupos de investigación, lo cual tampoco es tarea fácil, ya que, de los proyectos de investigación para los que solicitamos los investigadores ayudas económicas en convocatorias públicas o privadas, tan solo un porcentaje son financiados. Si además los investigadores tenemos que utilizar esos fondos (que se consiguen con esfuerzo y persistencia, año tras año) para cubrir necesidades básicas, herramientas de trabajo esenciales o salarios de miembros del equipo, creo que todos visualizamos que quedará poca liquidez para desarrollar la actividad investigadora (es decir, adquirir reactivos, contratar servicios de secuenciación – por ejemplo-, costear las publicaciones científicas, etc).

La cuantía que de cada proyecto sustraen las entidades gestoras para cubrir costes indirectos (en torno al 21% en el ISPA), suele revertir a la investigación en la mayoría de institutos de una manera más regulada. Sin embargo, la precariedad de la situación del ISPA hace que este retorno sea imperceptible. Existen unas simbólicas ayudas intramurales para contratación de personal o para financiar proyectos que, o bien se rigen por unos requisitos y normativas rocambolescas, o aportan cuantías ridículas para financiar proyectos completos. Toda la ayuda es poca, pero a veces el esfuerzo de redactar un proyecto completo, destinando el tiempo que ello requiere, para obtener una cuantía que a lo mejor solo sirve para cubrir gastos de una publicación (pero no el desarrollo del trabajo previo), no compensa.

En cuanto al equipo de gestión y lo que conlleva a nivel presupuestario, es cierto que el salario de los gestores debe ser digno, pero también debería estar regularizado y ser consecuente con la actividad última del instituto, la investigación. Debería existir una ética y una conciencia al respecto, especialmente teniendo en cuenta las carencias que existen en la parte investigadora, que es la que da la razón de ser al instituto (instituto público sin ánimo de lucro) y a su entidad gestora (fundación privada, en nuestro caso).

Pero más allá de este aspecto, el problema en sí mismo no es el número de personas con las que cuenta la oficina de gestión, como se ha debatido. El personal de gestión está también abrumado por tareas crecientes, la formación o adaptación que requiere la gestión altamente especializada de la investigación biomédica, y la falta de definición de las tareas asignadas a cada persona. Esto hace que la carga burocrática que debemos asumir los investigadores va en aumento, comiéndonos el tiempo real que deberíamos destinar a realizar nuestro trabajo. Doble filo.

La asesoría con la que cuenta la entidad gestora no conoce lo que conlleva la actividad investigadora y académica que definen al ISPA, y de un tiempo a esta parte, lo que era un Instituto de oportunidades, se ha convertido en un Instituto de limitaciones y restricciones. Limitar el número de solicitudes Miguel Servet de contratación de personal investigador por un cálculo mal aplicado de a cuántos investigadores se puede estabilizar, es kafkiano, ya que normalmente no todas las solicitudes son concedidas. Pero con esa limitación perdemos oportunidades. Y más allá de este aspecto, ¿Qué sentido tiene estabilizar a investigadores si no hay recursos para investigar? ¿Queremos un Instituto fantasma?

A día de hoy, contamos con infraestructuras deficientes, con plataformas obsoletas, o incompletas, y teniendo que apañarnos haciendo encaje de bolillos para poder desempeñar nuestra labor: investigar. La priorización de la burocracia en detrimento de la investigación, resulta en una Dirección Científica constreñida, con falta de un timón científico robusto que dé una visión de estabilidad a los investigadores a medio y largo plazo.

Y si esta situación no mejora, eso va a resultar en extenuación científica, en una producción científica escasa, o mediocre, no competitiva, en falta de identidad propia y sentido último y en desilusión, con las consecuencias que este declive traería en la renovación de la acreditación.

Recordemos los objetivos (resumidos) del ISPA: investigar y formar a investigadores (cantera) para generar conocimiento, innovación y que revierta en beneficio de los pacientes. El potencial lo tenemos. Trabajemos en unísono con las instituciones involucradas (órganos gubernamentales, Universidad de Oviedo, CSIC), o al menos en acorde no disonante.

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