Don Manueles

La capacidad de iniciativa de los asturianos

Javier Junceda

Javier Junceda

Rodeada de primorosas sierras se esconde Valdedo, una recoleta aldea de Villayón. Los recursos naturales han dado toda la vida sustento a sus escasos caseríos. Tal vez porque nunca han sido demasiados, Valdedo lleva con naturalidad el avance imparable de ese desierto demográfico que asola Asturias, con pavorosas cifras de crecimiento vegetativo inferiores a las del sur del Sahara.

A comienzos del XIX, Valdedo no era muy diferente al actual, salvo en la ausencia de comunicaciones y escuela. En esa precaria coyuntura, unida a la profunda crisis económica del cambio de siglo, vería la luz Manuel García Junceda, un personaje llamado a protagonizar una gesta típica de nuestro destino como región desde hace siglos.

Sin estudios ni tan siquiera primarios, el joven Manuel viaja con una mano delante y otra detrás a Madrid, donde malvivirá trabajando en lo que surja. Como tantos asturianos en esta época y cualquier otra, renuncia a quedarse en su terruño a verlas venir, aceptando el noble empeño de salir adelante por sus propios medios, asumiendo el alto coste personal que supone y el indudable riesgo que entraña.

Sorteando mil dificultades, logra finalmente hacerse un hueco en la capital. Aprende allí de maestros de obras, lo que le permite adquirir inmuebles destartalados para sanearlos y venderlos, consiguiendo amasar una cuantiosa fortuna. Su espíritu emprendedor y su obsesión por el ahorro, quién sabe si fruto de sus penurias infantiles, lo convierten pronto en un empresario de éxito en la Corte.

Su fama en los negocios y su reputación como gestor honrado y eficaz llega incluso al Ayuntamiento de Madrid, que le decide nombrar tesorero municipal. Esa función como depositario o "cajero" del erario madrileño la desempeñaría durante años, mereciendo alabanzas por su pulcritud y celo profesional.

Aquel Manolín de Valdedo, pobre e ignorante, se había transformado en el respetable Don Manuel, tanto en Madrid como en su localidad natal, a la que nunca olvidó. Tanto es así, que legó a Valdedo una parte significativa de su riqueza, levantando a su costa las Escuelas de San Antonio y de la Caridad, con casas para los maestros, dedicados a cuidar de la formación escolar en letras o ciencias. Organizó, también con su dinero, el servicio de correos, ideando un centro especializado en agricultura o proyectando un puente sobre el Navia para unir a su concejo con Boal. Su patrimonio regó de bienes la comarca, incluidos a aquellos críos que, como él lo fue, no tenían ni una mísera perrona para acudir a las aulas que fundó.

Legiones de alumnos de Valdedo serían el fruto de esta gran filantropía. Cientos de familias se beneficiarían, diseminando por el Principado, España y el mundo infinidad de gentes preparadas que liderarían las generaciones que pasaron por estas Escuelas, mientras funcionaron.

Por estos motivos, hace exactamente un siglo, los emigrantes de Villayón a Cuba decidieron erigir un monumento a don Manuel por cuestación popular. El "Diario de la Marina" de La Habana recogería en sus páginas la loable iniciativa, en la pluma de la gran Eva Canel. "La Prensa", único periódico en español de Nueva York, o "El Universal", de México, se harían también eco. Dos años después, el busto de bronce elaborado por el académico habanero de origen gallego Manuel Pascual se colocaría en Valdedo, donde sigue. Los cerca de dos mil dólares que valió fueron sufragados por multitud de personas agradecidas, así como por entidades de postín, como la Coca Cola de Atlanta o la casa Bacardí de Santiago de Cuba.

Esta historia confirma que, en Asturias, llevamos décadas dependiendo de lo que los propios asturianos podemos y sabemos hacer por nosotros mismos si se nos deja, como se ha visto en tantísimos casos como este. Ni el peso de lo público o la visión funcionarial nos han sacado jamás del pozo, sino que apenas nos han anestesiado, dificultando esa espontánea y duradera regeneración que permite a cada sociedad vivir de sí misma, crecer y sacar lo mejor que lleva dentro y que carece de límites si se deja poner en marcha desde el poder, sin obstáculos innecesarios.

Desde luego, mucho mejor estábamos confiando en estos don Manueles que en recetas obsoletas y pretenciosas que anuncian nuevos manás celestiales que bien sabemos aquí adónde conducen.

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