El maestro que conocí

Reseña de un catedrático que fue fiel seguidor acérrimo de la Universidad de Oviedo

Julio Tascón

Julio Tascón

Me ocurre hoy lo que a Rafael Anes le pasaba el día de la presentación del libro que realicé con René Leboutte ("Die Feine Tuchmanufactur zü Eupen"), en el aula magna de la Universidad: siento un cierto desasosiego y la incomodidad de preparar mi intervención por lo apremiante que me resulta el evento. No obstante entiendo que la llamada de LA NUEVA ESPAÑA merece cumplida respuesta y he pergeñado unas palabras que espero resulten adecuadas en esta ocasión.

Rafael Anes y Álvarez de Castrillón procedía de la Universidad Autónoma de Madrid y del Servicio de Estudios del Banco de España, cuando por razones personales decidió trasladarse a Oviedo. Aunque a veces añoraba sus ocupaciones madrileñas, siempre se adaptó a su realidad con una vocación de servicio que solo tenían algunos catedráticos de antes. Fue una gran persona y un gran profesor.

Le conocí en 1983 cuando me entrevisté con él para optar a una plaza de profesor ayudante que finalmente recayó en mi persona. Cuando Esther Ordiales, como jefa del servicio (secretaría de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales) me llamó para comunicarme la novedad, la noté algo enfadada, seguramente porque el candidato propuesto no era asturiano.

Desde el principio, Rafael mostraba su libertad, a pesar de las habladurías, ante cualquier acontecimiento y en cualquier situación. Así, Álvaro Cuervo le recriminó el día que Rafael me presentó: "Pero no te dije que no metieras a ningún cazurro más...". Quedé bastante impresionado por el porte y las maneras de don Rafael Anes, pues era todo un señor que solo con su presencia y con la palabra imponía un gran respeto académico. Me fue presentando algunos de sus compañeros además de Álvaro Cuervo, como al catedrático de Matemáticas Emilio Costa Reparaz. Eran tiempos para la facultad donde se supone que la gobernaban entre ellos. Baste el detalle de cómo Rafael había influido para traer del MIT de Boston al profesor Molinero, quien ejerció un importante magisterio sobre muchos de los catedráticos actuales del área de Fundamentos del Análisis Económico.

En tiempos de José Félix Lobo Aleu, director a la sazón del departamento de Economía de la Facultad, Rafael Anes se ofreció y dio clases que nadie quería dar, pidiendo en reunión del referido departamento a dicho director que se saltara el escalafón para adjudicárselas a él, inquiriendo con cierta sorna: "Si se me considera cualificado para dicha tarea".

Con idéntica vocación de servicio aceptaba, en el primer año de la transición para seguir el acuerdo de Bolonia (o ley del Espacio Europeo de Educación Superior), el encargo que el Rector Vicente Gotor le hizo para llevar a cabo ese proceso de adaptación a la nueva legalidad: fue nuestro decano del cambio. Logró culminarlo con éxito y sin mayores problemas.

Rafael Anes desempeñó diferentes cargos universitarios desde el de Vicerrector, con Teodoro López Cuesta, pasando por el de Director General de Universidades del Ministerio de Educación español hasta el ya mencionado de Decano de la Facultad de Economía y Empresa.

Su aportación a la literatura especializada nunca menospreciaba el soporte que llevaban las aportaciones, seguramente porque sí las leía. Pero también leía diariamente la prensa matutina regional y nacional. Era sin duda un hombre informado que creía mucho más en el contenido de las investigaciones que en la carcasa desde la que se publicitan. Le tenía el mismo aprecio a sus publicaciones internacionales, como la historia del BBVA, que a pequeños folletos inéditos preparados para el curso de verano que dirigía con su amigo José Manuel Pérez Prendes en la villa de Navia.

Siempre cultivó desde el respeto a la lengua madre en la que escribía al respeto para citar las autoridades de las que tomaba alguna idea. Era gran y reconocido experto en el siglo XIX, pero también de la historia del pensamiento económico español de la Edad Moderna y Contemporánea.

Sabía bien el aforismo que se atribuye a Ortega y Gasset: "Solo quien sabe el significado de las palabras puede hacer ciencia". Te instaba siempre a consultar el diccionario como un libro de texto más que había que tener a mano siempre.

En cierta ocasión, al preguntarle por su impenitente asistencia a los actos universitarios, fueran partidos de fútbol del equipo de "la Uni" o se tratara de consejos de gobierno –principal órgano rector de la Universidad– o aperturas de curso con su ceremonial al que siempre acudió revestido, Rafael respondía: "Es tan difícil de comprender, al igual que se entiende el comportamiento de los hinchas de balompié, que yo sea muy fan de la universidad". Era un "seguidor" muy convencido de cuáles eran sus colores, la Universidad de Oviedo y Asturias.

Siempre fue muy respetuoso con los demás compañeros del área de Historia e Instituciones Económicas y con los derechos que nos amparaban, incluyendo por supuesto cada logro que conseguíamos, como en mi caso fue el de las estancias de investigación en Italia, Inglaterra y Norteamérica. Con los años comprendí lo diferencial que fue su comportamiento liberal y la coherencia que mostró siempre con esa ideología, en contraposición a otros, hombres y mujeres, de su mismo estatus que no lo hacían así.

De ese modo, con ese respeto y elegancia de formas, vivió su vida útil dentro de la Universidad de Oviedo. Tuve el honor y la satisfacción de tenerlo como maestro y compañero que me entronizó en la Historia Económica dentro de una tradición de grandes maestros que lo habían sido suyos; por ejemplo, el catedrático de Historia del Derecho Luis García de Valdeavellano, o el catedrático de Historia Contemporánea Miguel Artola. Un maestro liberal en lo económico que aseguraba siempre que salía la conversación: "No soy el jefe de nada, por favor no me llames jefe, no ejerzo de jefe". A lo que yo solía añadirle aquello de "pero no se te olvide nunca quién es el jefe".

Querido Rafael, te deseo lo mejor allí donde vayas.

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