La huida hacia delante

La deuda española que pagarán nuestros descendientes

huida hacia delante

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José Luis Hevia

José Luis Hevia

1.500.000.000.000 de euros. No estoy seguro de no haberme equivocado con los ceros, lo que quiero decir es un billón quinientos mil millones de euros, o sea, una cifra inconmensurable; podría haber puesto cualquier otra más o menos parecida, por donde va el asa que vaya el caldero; sería lo mismo, que más da. Pues esa cifra inasequible para la mente humana es a la que ha llegado la deuda de nuestro país, la deuda que nuestra generación ha creado para vivir mejor y para que nuestros descendientes vivan peor; difícilmente se podrá presentar una muestra más vergonzante de nuestro egoísmo.

Si ponemos en relación tal cifra con la riqueza generada por el país en un año obtendremos lo que los expertos llaman ratio o índice de deuda de las Administraciones Públicas, el 115% en España, más o menos, en los últimos meses. Casualmente, son los países europeos meridionales quienes sobrepasan en Europa el índice 100: España, Portugal, Italia y Grecia, a los que hay que añadir Francia, que también es mediterránea. Los hay modélicos, como los nórdicos, que andan alrededor del 30/40%, y los hay moderados, como los centroeuropeos, que oscilan alrededor del 50/70%, y los hay meridionales; ya me gustaría que alguien me explicara las causas de este fenómeno, aunque me las imagino. Creo que es conveniente que se conozca la evolución de esta deuda en España en los últimos cuarenta años: en 1980 era del 16,5%, con Felipe González llegó al 65%, Aznar consiguió bajarla hasta el 45% y, a partir del presidente Zapatero, se inició la vertiginosa ascensión hasta la cifra actual del 115%.

De lo sucedido podríamos deducir que el endeudamiento ha sido obligado porque los impuestos que pagamos en España son insuficientes para mantener el llamado estado de bienestar, ese idílico estado en el que el bienestar consiste en que los dirigentes estén a la greña permanentemente, lo que parece bastante difícil de entender. Nuestros gobernantes socialistas se esfuerzan en divulgar la consigna de que la presión fiscal en España es similar al resto de los países europeos, pero eso tiene trampa. Como saben, la presión fiscal se mide poniendo en relación la cifra de impuestos recaudados (cuotas de Seguridad Social incluidas) con la cifra del Producto Interior Bruto: si la riqueza producida en un año en un país es de un billón de euros y la recaudación alcanzan la cifra de cuatrocientos mil, la presión fiscal será del 40%; es lo que está pasando, más o menos, en los principales países europeos: el 40% de lo que cada uno gana se va en impuestos (ya saben, es una media, esa cifra que dice que si su vecino tiene dos bicicletas y usted ninguna, luego resulta que tienen una cada uno; pero es estadística, es lo que hay). Pero una cosa es la presión fiscal y otra, mucho más representativa, es el esfuerzo fiscal, el esfuerzo que tiene que hacer cada contribuyente al pagar sus impuestos para que el Gobierno del país haga lo que le parezca con su dinero. Y el esfuerzo fiscal se mide, según los expertos, en función de la renta per cápita del país. Es fácil de entender que en un país rico el sesenta por ciento que le queda de su dinero a cada cápita después de impuestos será mucho mayor que el sesenta por ciento que le queda a los contribuyentes de los países pobres; si un país rico tiene una renta per cápita de cincuenta o sesenta mil euros, y en España solo llegamos a los treinta mil euros, usted dirá: a un ciudadano danés o sueco le quedarían 34.000 euros para vivir y a un español solamente 18.000. Está claro que, aunque los dos soportan una presión fiscal similar –porcentual–, el esfuerzo de cada uno para pagar los impuestos va a ser muy desigual. Y ¿saben qué cinco países tienen las cifras de mayor esfuerzo fiscal? Precisamente los cinco a que antes nos hemos referido como campeones del endeudamiento. Según el Instituto de Estudios Económicos, como se recogía recientemente en un artículo de LA NUEVA ESPAÑA, solamente hay cuatro países –los de siempre– entre los 38 de la OCDE en los que los ciudadanos se tienen que esforzar aún más que nosotros para pagar sus impuestos. Añadiremos un par de ejemplos sobre la evolución de los impuestos en España: el Impuesto de Transmisiones patrimoniales había sido tradicionalmente del 6%; hoy es un 50/70% más elevado, según comunidades. Pero el segundo impuesto más importante en nuestro país, el IVA, el que pagamos todos los días varias veces –al comprar, al encender la luz, al abrir el grifo– que empezó en el 12% y ahora es del 21%, es el sucesor del antiguo ITE –Impuesto sobre el tráfico de las Empresas– que era del 1,5% hasta el año 1986 (sí, han leído bien, del 1,5%).

Hubo un tiempo en que las empresas privadas que no cotizaban en bolsa llevaban dos contabilidades y sus trabajadores cobraban con una mano el sueldo y con la otra el sobre, y los autónomos no conocían las facturas; el secreto bancario era el paraguas protector y, según cuentan, cuando el economista y ministro Fuertes Quintana pidió la lista de mayores contribuyentes del país solo encontró en los primeros puestos a toreros, artistas y gente del espectáculo, a quienes se retenía un porcentaje de las recaudaciones. La mayoría de la gente solo se preocupaba de pagar "la contribución", que fue el antecedente del actual IBI. No voy a pretender aquí, obviamente, resucitar sistemas tributarios antidiluvianos ni, mucho menos, meterme en discusiones políticas, pero siempre me ha intrigado que un país en el que no se pagaban impuestos pudiera construir en Asturias la autopista de la "Y", la Universidad Laboral, las residencias sanitarias del Cristo en Oviedo y de Cabueñes en Gijón, un Hospital provincial, la empresa pública ENSIDESA (Arcelor, para los jóvenes), varias facultades universitarias, Ingeniería de Minas, Marina Mercante, además de la reconstrucción de la vieja Universidad… Supongo que sería a base de imprimir billetes y crear inflación. Pero ¿Por qué hoy día la inversión en infraestructuras no es proporcional al aumento exponencial que ha experimentado la recaudación de impuestos? Quizá estemos muchos de acuerdo en que hoy el dinero público se dedica más a buscar apoyos y captar votos que a realizar inversiones que, además de necesarias, creen riqueza; difícil problema que las democracias mediterráneas aún no han superado. Los elevados impuestos y el endeudamiento son dos problemas, pero son dos problemas derivados de uno principal que es el gasto descontrolado e improductivo, la ineficiencia en la distribución de los recursos: no es lo mismo ir todos los días al despacho en bicicleta que coger todas las semanas el Falcon. Y cuando se desbocan los caballos la mejor decisión para proteger el carro es tratar de detenerlos, no azuzar aún más a los animales, aunque, ciertamente, ello entrañe la pérdida de las siguientes elecciones.

Termino con el tema que me ha animado a escribir hoy. Nuestra Consejera de Hacienda ha dicho recientemente, en una entrevista en este periódico, que bajar impuestos no crea riqueza. Yo le sugeriría que se diera una vuelta por Irlanda para estudiar su situación económica, ese país pobre de emigración tradicional, como ha sido Asturias, que decidió un día implantar una política de bajos impuestos y que, en muy poco tiempo, ha conseguido una renta per cápita de 85.000 euros, más del triple que la nuestra. Y no me diga que es un paraíso fiscal, ya quisiéramos los asturianos ese paraíso además del natural que ya disfrutamos.

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