El mundo del arte imita a Fairy

La autoestima del artista en su vivencia de la creación

Francisco Fresno

Francisco Fresno

Villarriba y Villabajo, Villafuera y Villadentro… Estas y otras villas pueblan el mundo del arte imitando a Fairy, pero olvidándose de su poder desengrasante.

Un pobre millonario que habita en la villa de su vanidad apareció como noticia hace unos meses por quemar una obra de Frida Kahlo de su colección, dejando en evidencia que el título de millonario, que le daban casi todos los medios, no le sirve para ejercer él mismo como creador relevante, para poder quemar una obra de su autoría con el objetivo de digitalizarla y venderlo como NFT (criptoarte). Su intención era la de inmortalizar a la artista mexicana y transformar el mundo del arte digital, según dijo. Y claro, para ello no se puede contar con mejor aprobación y con más garantía que la de una artista muerta, porque los artistas vivos igual no se prestan para la quema, y ello teniendo en cuenta que en México la obra de Frida Kahlo se encuentra considerada, por decreto, como monumento artístico, no previsto para lucir humos.

También generan noticias para los medios quienes se atribuyen el papel de jueces y alcaldes de Villadentro y Villafuera elaborando la lista anual The Power 100, para destacar por orden numérico a coleccionistas estrella, artistas mediáticos, grandes galeristas, directores de ferias y museos… Algunos figuran en la lista un año y al siguiente desaparecen.

La última lista de los 100 principales la leímos en un medio nacional encabezada con la etiqueta "arte y poder". Ya sabemos que las relaciones del arte y el poder vienen de muy atrás, pero el poder dibujar listas de caducidad anual, con fronteras entre incluidos y excluidos, no se corresponde con el poder del arte sino con el de la torre emisora y los badajos de su propio campanario.

A ese poder se le junta otro de mercado que pone por delante su soberbia y prepotencia ilustrando la máxima machadiana respecto a la necedad de confundir valor y precio, incluso en voz alta. Cuando se celebró la nueva feria de Art Basel en París en octubre del año pasado, dijo un galerista francés que hay más compradores interesados en adquirir arte que obras de primer nivel que estén disponibles, despreciando así, con su arrogancia, a la comunidad internacional de artistas con grandes creadores y creadoras ignorados por el mercado, ejerciendo como automecenas en un elevado porcentaje.

En un cuento de Antón Chéjov, "Ionich", la familia de Iván Petrovich Turkin organizaba fiestas benéficas y congregaban en su casa a numerosos invitados, exhibiendo ante ellos sus pretendidos talentos con genuina sencillez. Él se mostraba muy ingenioso y humorístico, sabedor de muchas anécdotas y proverbios. Su hija, Ekaterina, tocaba el piano. Y su mujer, Vera Losifovna, escribía novelas y cuentos que solía leer en voz alta ante sus amigos. Tras una de estas lecturas, un invitado le preguntó si no publicaba lo que escribía, a lo que ella respondió: "Nunca publico nada. Escribo y luego lo guardo en un cajón. ¿Para qué publicar? Ya es bastante con vivirlo".

Si decimos que cada persona es un mundo, entonces también podemos decir que cada artista es un mundo del arte. Y si la condición de artista se da en su supuesta capacidad para crear, ya debería resultar suficiente para la autoestima de quien crea lo que comprende la propia vivencia de la creación, a la que se refería la escritora de novelas del cuento de Chéjov. Lo otro, lo que deriva del crear, ya no le incumbe al creador como responsabilidad suya, aunque tenga importantes necesidades e intereses legítimos en ello, porque el después de lo creado (de artistas vivos o muertos) ya depende de otros para que se cumplan, o no, los posteriores objetivos de lo artístico en las funciones que a ellos les corresponde ejercer, exclusivas para su currículum. El del artista, si lo consideramos con carácter estrictamente individual, se queda solo en su obra, aunque se comunique enlazado con el de otros. A Hitchcock no le dieron el "Oscar" al mejor director. ¿En qué currículum lo anotamos, en el suyo o en el de la Academia?

Afortunadamente, el mundo del arte, además de tener dentro vacuos Fairys con sus falsas jerarquías, también cuenta, tanto en lo privado como en lo público, con la garantía de personas serias y discretas, profesionales con conocimientos, criterios, altruismo y verdadera autoridad, cumpliendo con mecenazgos, estudio, investigación, nuevas miradas –también creativas–, y labores de conservación, divulgación, educación, etcétera, complementando con todo ello lo que justifica la creación artística en favor de la sociedad, como un nexo que permite conjugar lo que se da entre creadores y receptores, entre crear y creer: yo creo, tú creas, él cree.

Entonces sigamos creando los artistas –aunque tampoco estemos exentos de nuestras debilidades–, con el estímulo de la conjugación que nos hace valer, con lo espiritual del arte o con cualquier otro frente de los muchos discursos que hemos posibilitado nosotros, diferenciándonos con ellos por encima de las ínfulas de algunos figurantes que pretenden servirse de lo nuestro para alimentar su vanidad sin saber ni poder crear.

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