Un neurótico de libro

Francisco García

Francisco García

Siendo malagueño y boquerón de nacimiento, con Juan por nombre de pila y Gómez de primer apellido, a nadie hubiera extrañado que en el minuto siete del concierto de El Kanka el sábado en el teatro de la Laboral, el respetable hubiera levitado sobre sus asientos dispuesto a entonar al unísono y a voz en grito el inevitable “illa, illa, illa, Juanito maravilla” al modo del Bernabéu. Dos veces ha venido El Kanka a Asturias en los últimos años, las dos a Gijón, la anterior al Albéniz y la de este fin de semana al mausoleo franquista, y en ambas ocasiones el artista y su troupe dieron la talla. Ahora más reposado, y con mejores canciones, más redondas y más hechas, pero el mismo buenismo optimista en sus letras, que da gusto oírlas mientras los noticieros apuntan bajas de guerra, hay bancos que van a la quiebra y los precios se mantienen en alcista desbandada, tal que hay que pensárselo antes de sacar entrada para un recital.

La gran diferencia radica en que en el primer concierto, en noviembre de 2019, estábamos unos cuatrocientos en la sala y en el del sábado casi no cabía un alfiler en el magnánimo anfiteatro de Cabueñes. Con una pandemia por medio, el cantautor malagueño, una de las figuras más relevantes de los que ellos se lo escriben y ellos se lo cantan, ha multiplicado su concurrencia por cuatro, llenando todas las salas de buen rollito.

Musicalmente, este Kanka de barba asilvestrada vale para un roto y para un descosido: saca petróleo de una rumba, de un vals, de la bossa nova o de un ritmo andino. Pero lo que importa, e interesa, no es el continente sino el contenido. Poesía de lo cotidiano es lo que hace este tipo, un neurótico de libro, según su poca descripción, que encuentra las historias donde están, las cuenta y las canta.

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