Opinión

Las condiciones necesarias para un incendio

La intervención humana, origen de la casi totalidad de los fuegos ya sea por prácticas ganaderas, accidentes o negligencias

Incendios en la zona de La Venta, Valdés

Incendios en la zona de La Venta, Valdés / Luisma Murias

El noroeste de la Península Ibérica es el territorio español con mayor ocurrencia y frecuencia de incendios forestales y, también, con más superficie quemada anualmente. No en vano, el fuego ha sido utilizado en estas tierras desde hace más de 9.000 años como herramienta habitual de gestión para la apertura y mantenimiento de áreas de pasto. Dentro de esta área geográfica, el patrón de distribución espacial y temporal de los incendios, así como el nivel de daño que producen, varía de manera significativa.

Mientras que, en zonas de influencia climática Mediterránea, como Castilla y León, la mayoría de los incendios ocurren en verano y son muy severos, causando un fuerte impacto ecológico y social, en Asturias, donde la influencia climática es Atlántica, los incendios ocurren entre final de invierno y principio de primavera y presentan una menor severidad.

Los estudios científicos más recientes realizados en nuestra región apuntan a una disminución en el número de incendios que, en promedio suelen ser menores de 500 hectáreas, pero también a un incremento global en la superficie quemada, lo que se relaciona con una mayor duración de la temporada de fuegos y con un número creciente de grandes incendios, como es el caso del incendio ocurrido estos días en el occidente de Asturias, que afectó a varios miles de hectáreas.

Este nuevo escenario plantea desafíos sin precedentes para la protección de la salud pública y el medio ambiente, relacionados fundamentalmente con la pérdida de vidas humanas, la mayor incidencia de enfermedades asociadas a la contaminación del agua y del aire, el detrimento del bienestar, la destrucción de los bienes propios y comunes, la erosión y pérdida de fertilidad del suelo, la reducción de la biodiversidad y los servicios que ésta proporciona a la sociedad, tales como alimentos, materiales de construcción o agua, el avance de las especies invasoras o las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera que, a su vez, agravan el calentamiento global.

Para que se produzca un incendio es necesario que concurran tres ingredientes de forma simultánea: ignición, cobertura vegetal y condiciones meteorológicas adecuadas. En Asturias, la ignición está relacionada fundamentalmente con las actividades humanas y, solo anecdóticamente, se produce de manera natural. De hecho, la última Estrategia Integral de Prevención y Lucha Contra los Incendios Forestales de Asturias recoge que menos del 1% de los incendios ocurridos durante el periodo 2009-2018 se debió a causas naturales.

Sin embargo, en la mayor parte de los casos se identificó intervención humana en el origen del fuego, ya sea por intencionalidad (61%), cuando el objetivo primario del causante fue iniciar un fuego relacionado con prácticas ganaderas o, en menor medida, prácticas agrícolas y otras motivaciones; o bien por accidentes o negligencias (22%) asociados fundamentalmente con limpiezas de vegetación, quemas agrícolas o ganaderas y trabajos forestales.

Una vez producida la ignición, la continuidad espacial, la densidad, la inflamabilidad y el nivel de humedad de la vegetación que actúa como combustible en el incendio son factores clave que determinan la propagación del fuego, reconociéndose además como causas principales del aumento de severidad y peligrosidad de los incendios forestales. Dichos factores se vinculan con los cambios en los usos del suelo que están afectando de manera dominante a los paisajes rurales tradicionales asturianos, entre los que se encuentran la creciente proliferación de monocultivos forestales de especies de crecimiento rápido de alta inflamabilidad, la intensificación local de las explotaciones agropecuarias y el abandono de las prácticas agrosilvopastoriles, consecuencia de la crisis demográfica, que conduce al desarrollo de masas continuas de matorral en repoblaciones y cultivos retirados de la producción.

En este punto, es importante aclarar que el proceso de renaturalización que conlleva, a corto plazo, la formación de esas masas de matorral que pueden favorecer la expansión y peligrosidad del incendio, puede también ser considerado como una estrategia de restauración pasiva que permite, a más largo plazo y en áreas concretas, la recuperación de bosques naturales que actúan como potenciales cortafuegos frente a la expansión del fuego. Finalmente, las condiciones meteorológicas extremas (calor, sequía, viento), cada vez más frecuentes, producen una mayor sequedad de la vegetación y, por tanto, una mayor predisposición para arder. Es necesario hacer hincapié entonces en que, aunque el cambio climático y los cambios de usos del suelo pueden favorecer la propagación y severidad del fuego, estos factores no determinan la ocurrencia de los mismos que, de forma mayoritaria, está asociada a intencionalidad.

La manera en que estas tendencias van a traducirse en el futuro en términos de incidencia real de los incendios va a depender de manera fundamental de cómo evolucionen las igniciones causadas por la mano del hombre, pero también de las actuaciones de mitigación, prevención y supresión de incendios que se implementen, especialmente en zonas de vulnerabilidad territorial como es el caso de la interfaz urbano-forestal, donde contactan e interaccionan directamente el terreno forestal y las edificaciones humanas.

En estas zonas, tanto la amenaza a bienes y personas, como la complejidad de las labores de prevención y extinción es máxima. Resulta prioritaria y urgente la realización de un ejercicio colectivo de reflexión por parte de la sociedad sobre cuáles son los modelos territoriales más resilientes que nos permitirán hacer frente a problemáticas tan complejas como el episodio masivo de incendios que hemos sufrido estos días, cuyos efectos serán aún más graves e incontrolables en años venideros, de acuerdo con las predicciones de cambio global realizadas por la comunidad científica.

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