García-Alcalde: gran periodista y gestor, una persona admirable

Melchor Fernández

Melchor Fernández

De Guillermo García-Alcalde solo puedo hablar con admiración y gratitud. Esa admiración comenzó a gestarse como lector y se afianzó definitivamente cuando le seguí en el ejercicio de la profesión periodística trabajando a sus órdenes. La gratitud fue la respuesta inevitable a su trato, en el que la generosidad iba acompañada, como todo en él, por la elegancia.

Como periodista cultivó todos los géneros. Si alcanzó justa fama como crítico musical, por formación, sensibilidad y ejecutoria, no dejó de aportar sus conocimientos en otros campos, ya fuera para orientar a sus colaboradores o para ejercerlos directamente. Fue, por ejemplo, un soberbio editorialista. Para la posteridad quedaría, por ejemplo, la serie de editoriales con que defendió el derecho de Gran Canaria a contar con una Universidad, con los que "La Provincia" y "Diario de las Palmas" contribuyeron de forma importante, por no decir decisiva, a que Gran Canaria viera por fin satisfecha la reclamación histórica de contar con Universidad.

Guillermo fue durante 30 años director general de Prensa Canaria, pero su trabajo como gestor, refrendado por espléndidos logros, no le impidió seguir ejerciendo de periodista creativo. Puedo dar fe de ello, pues durante dos años trabajé a sus órdenes directas. Así, por poner un ejemplo significativo, pude ver como asistía a un concierto, tomaba notas sin perder el hilo de la música que estaba sonando y, al regresar al periódico ya de noche, escribía a una velocidad vertiginosa una crítica, tan amplia como brillantemente argumentada, que los lectores encontrarían al día siguiente en las páginas de "La Provincia". Lo que para otros críticos hubiera requerido un día de pausa, él lo resolvía en cuestión de minutos para no retrasar la salida del periódico, pero, y ese era el gran mérito, sin renunciar a la calidad del texto.

Si como periodista su dominio del oficio admitía sin exageración el calificativo de total, como persona pocos le encajarían mejor que el de admirable. Lo era por inteligencia, amplia formación cultural y un talante en el que la elegancia rivalizaba con la discreción y la modestia. Los grancanarios no tardaron en reconocerlo como un líder social. Lo subrayarían la concesión de los títulos oficiales de Hijo Adoptivo de Las Palmas y de Gran Canaria. Y los más destacados personajes de la sociedad canaria se honraron con su amistad, que se afianzaba de modo especial en un círculo íntimo en el que se encontraban personas como Juan José Falcón Sanabria, Rafael Nebot o José Luis Gallardo.

Y Martín Chirino, con quien se reunía semanalmente para celebrar unas cenas espléndidamente divertidas. Estoy seguro de que para Guillermo tuvo que ser una satisfacción especial que el gran escultor que era Mártín –con acento en la a, como le llamaban en broma los tertulianos, para parodiar su supuesto aspecto inglés– encontrara un anclaje sentimental en el Occidente costero asturiano, donde tiene ahora un museo dedicado a su memoria, en La Caridad. Y ello porque, por muy sinceramente arraigado que Guillermo se sintiera en las Islas Canarias, nunca levantó el ancla que le mantenía firmemente ligado a su Luarca natal, adonde no dejó de venir mientras los reveses de la salud no lo impidieron, pues allí mantenía muchos afectos, sin duda correspondidos. Seguro que desde Luarca, como desde otros lugares de Asturias, donde la huella de Guillermo García-Alcalde nunca se borró, cruzarán el mar muchas y sentidas condolencias, para unirse a las que se habrán generado en Canarias. Que esa oleada de afecto y admiración sirva de consuelo a Mary, la esposa de Guillermo, luarquesa de crianza, Amalia, la hija, a su nieta, a los hermanos de Guillermo así como a sus familiares y amigos. Y que el más hermoso Requiem suene en su memoria.

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