El privilegio de los políticos

Ante la cita electoral

Fernando Granda

Fernando Granda

Son los gestores de la vida comunitaria. De la actividad pública. De su gestión depende el bienestar del ciudadano. Lo que supone que buscan lo mejor para éste, que se ponen en su lugar. Aunque la realidad es bien distinta. Digo previamente que las generalizaciones, como las comparaciones, a mi entender, son odiosas. Por eso decir que todos los políticos son iguales o que "yo no hablo de política" no es verdad. Ante la cita electoral decir eso ya es hablar de política.

El problema de los políticos suele ser que terminan viviendo en un mundo que no es muy real. Sobre todo aquellos que hacen de la política su profesión. Quienes entran en política por su profesión, no hacen de la política su profesión, suelen tener una visión más real de la vida comunitaria. Porque la actuación política tiene sus privilegios, sin que ello signifique un regalo ya que en democracia a la política se accede a través de las urnas, de lo que vote el contribuyente. O, indirectamente, lo que decidan los políticos elegidos en las urnas. Los problemas vienen cuando se beneficia a una parte de esos contribuyentes en perjuicio de otra parte de esos contribuyentes.

Uno de esos problemas surgen por la gestión a corto plazo. El hecho de gobernar fijando límites en el ámbito de una legislatura, mientras tenga el gestor su tiempo de decisión, de mando ejecutivo. Es decir, una contradicción con la esencia de la política. Que se supone ha de ser a largo plazo, con lejanos límites temporales, según las obligaciones del devenir de los tiempos, de la evolución de la actividad, de la vida.

Los políticos gozan de privilegios. Jugosos ahorros y subvenciones en jubilación, en viajes, vivienda, medios telemáticos y de comunicación, etcétera. Y en esto no se cuenta la hostelería del Parlamento, que tanto se resalta en los medios y en la redes (también muchas empresas tienen este servicio y no se destaca), sino privilegios que les distinguen del ciudadano normal, como invitaciones y otras regalías como si fuesen famosos "influencers". Como consecuencia de ello luego vienen situaciones como desconocer el precio de los garbanzos, que le preguntaron en una ocasión a un destacado diputado, lo que cuesta un café, una barra de pan o cualquier otro producto de consumo del ciudadano de a pie.

Van desapareciendo pero todavía se oyen frases como "no sabe usted con quién está hablando" y fue noticia en su día que Manuela Carmena, siendo alcaldesa de Madrid con coche oficial, fuese en metro desde su casa al edificio consistorial. También parecen tener ciertos políticos el privilegio de mentir diciendo públicamente datos y situaciones bien distintas de la realidad, privilegio que se resalta en los medios sin un obligado desmentido, una rectificación o una sanción. Expertos en temas jurídicos echan en falta un posible castigo al político que miente. Una frase del rey Felipe VI cuando se anunció que su padre llegaba a Sanxenxo (Sangenjo, prefiere la RAE) días pasados puede darnos una idea de lo que es el privilegio de los políticos. "La referencia ética del liderazgo pasa por entender el privilegio como servicio a los demás", apuntó el monarca en Ronda.

Reconocer sus privilegios solamente lo hacen algunos políticos, la mayoría de los que no convierten la política en su profesión sino quienes entran en política por su profesión. Si no lo que muestran es que la política es un puro mercadeo: un juego de suma cero, que dice uno de los mayores financieros del mundo, "para que unos ganen, otros tienen que perder". Manuela Carmena, magistrada y exalcaldesa de Madrid, que ejerció la política práctica temporalmente, reclama frecuentemente una ley que se pronuncie y corrija los presuntos delitos políticos cometidos por los políticos. Una ley que mida la responsabilidad personal de cada uno en su ejercicio de la política. En ejercicio o en momentos puntuales o decisivos. Las urnas, luego, ¿tarde?, siempre tendrán la última palabra.

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