La vida en los objetos

Las cosas que nos rodean, que son testigos de cada época

Francisco Fresno

Francisco Fresno

Los muebles de la habitación de Gregorio Samsa. La cama de Van Gogh. La silla Wassily de Breuer. Los repetidos cacharros de Morandi. Una lata de sopa de Andy Warhol. Una corbata de Luis Aguilé a lo grande. Los cordones de las botas como espaguetis para Chaplin. La piedra de David contra Goliat. Un colgante prehistórico de no se sabe quién. Las lentes que pulía Galileo. Un violín Stradivarius. El corsé de Frida Kahlo. El trineo de Ciudadano Kane. El Yelmo de Mambrino. Las cubetas de Marie Curie. Las flechas de San Sebastián. Las chaquetas de Chanel. La hoja de acanto del escultor Calímaco con vocación de capitel. Un alfil de Kasparov. El balón de Ronaldo. O los libros de Emilio Lledó.

Cuántos registros y lecturas abarcan las porosidades de tantísimos objetos: imaginación, búsqueda, belleza, trascendencia, memoria, simbolismo, fetichismo, funcionalidad, fragilidad, poder, riqueza, humildad, peligro, sufrimiento, tristeza, añoranzas, placer, juegos, aprendizaje, misterios, creencias, gustos, modas, arte...

Además, parece que los objetos también tuvieran una naturaleza psicológica más allá de su realidad material: una autoestima alta en los de mayor persistencia, o un carácter débil en los frágiles y propensos a las mellas, o una introversión en los más discretos, o modestia en los pequeños, o un desinhibido exhibicionismo para el mayor lucimiento, o una bondad resignada en su función como instrumentos, o un carácter dúctil y amable con mucho tacto, o un alma transparente…

Siempre nos hablan si sabemos escucharlos, predominando su generosidad al devolvernos lo que antes hemos puesto en ellos, da igual lo vertido en un cuenco que un apego con sentimientos. Todo o casi todo nos lo devuelven, unas veces preservado y limpio, y otras con polvo y tiempo, como le gustaba al pintor Luis Fernández, con el matiz del brillo amortiguado.

Vivimos rodeados de objetos, testigos de cada época, en un mundo que es un bodegón de bodegones, un mundo cambiante que gira con mucho de lo que pretendemos quieto y permanente: con planes sobre planos, con minutos en los relojes, y con días en los espejos como tiempos enmarcados.

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