Lo que tenemos de medievales

Francisco García

Francisco García

¿Por qué nos fascina tanto la Edad Media, una época que los libros de textos de nuestra vieja enseñanza tacharon de tenebrosa? Basta computar el éxito de seriales televisivos como “Juego de tronos” o mucho antes novelas como “El nombre de la rosa” de Umberto Eco para corroborar que la estética medieval provoca en nosotros una suerte de insalvable encantamiento.

Si rascamos un poco, comprendemos que no somos tan diferentes a las gentes del medievo. Ellos construían murallas y almenas y nosotros levantamos vallas y muros para evitar el paso de extranjeros. También cuando resucitamos a la Santa Inquisición para poner freno a que prospere la diferencia, sea de raza, color o género.

Rascando más profundo podemos llegar a intuir que la sociedad de la transmisión oral y la ignorancia, sin acceso a los libros, se asemeja mucho a la de nuestros días que gobierna un entorno digital confuso y falto de jerarquías en el que decrece el papel, el placer de la lectura y la ambición cultural. El papel unificador que la religión tuvo en la etapa medieval se parece mucho a la jerarquía planetaria de Google, que es dios de hoy y las redes sociales su profeta. Así, muchos adolescentes disfrutan con ser bailarines de una coreografía global en TikTok.

A la Edad Media le debemos, sin embargo, los grandes manuscritos iluminados, textos escritos a mano en los monasterios con pigmentos de lapislázuli, de magnífica caligrafía y cuidadosamente decorados con pan de oro. Los viejos beatos eran libros como catedrales.

P.D. Está reflexión corresponde a cualquier día de vacaciones, en el camino de Zamora a Puebla de Sanabria, al paso por la localidad de Tábara, que da nombre a uno de los códices medievales, del siglo X, que perviven de aquella época y que se guarda a buen recaudo en el Archivo Histórico Nacional.

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