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Todo vale, menos lo que no vale

De las elecciones de 1996, en las que el PSOE de González fue derrotado por el PP de Aznar, recuerdo sobre todo la imagen, la noche electoral, de Jordi Pujol dando vueltas ante las cámaras al papel con los resultados, que le daban la clave de la gobernabilidad, como si no acabara de creerse tanta fortuna. Así debió de sentirse Puigdemont la noche del domingo. Semanas después Aznar pactó con Pujol, rompiendo a hablar catalán en familia. Hoy es obvia la imposibilidad de reeditar ese pacto, pues Feijóo necesitaría siempre los votos de Vox, criatura incubada precisamente al calor generado en España por la intentona secesionista de Puigdemont. El reto es para Sánchez, que tiene delante tal vez la jugada decisiva de su vida política. Sin duda no olvidará una línea roja (que si él no se pusiera le pondría el PSOE): ningún paso que ponga en riesgo real la unidad del Estado español.

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