Contrademocracia e impolítica

Tras los resultados electorales del pasado 23 de julio

Guillermo Martínez

Guillermo Martínez

Los resultados electorales de las pasadas elecciones del 23 de julio muestran la complejidad de las preferencias ciudadanas, pero lejos de deteriorar la función de la política, la ponen en valor.

Dos aspectos estrechamente ligados a los procesos electorales, la legitimidad y la confianza, sostienen el sistema. El sociólogo Pierre Rosanvallon nos puso en guardia del poder de la contrademocracia en la era de la desconfianza, de la "impolítica", que no es una actitud pasiva, sino una voluntad expresa de disminuir su poder.

A veces se reprocha al hemisferio Malouet su desconfianza en el término política porque realmente este concepto no es inocente. Desde la Ilustración quedó vinculado a la idea de cambio. Y es perfectamente legítimo poseer fronteras variables de la propia política, de lo que debe abordar y lo que no, pues la primera condición de una posición partidaria, es una profunda convicción democrática. Pero la gestión de un resultado electoral está siempre dentro de sus contornos, y forma parte de sus cometidos, porque es la respuesta colectiva al desacuerdo.

Cuando Jasón Brennan publicó su obra "Contra la democracia", creó polémica, en realidad la buscaba. El autor no hablaba de poner fin al único sistema del que se espera y se demanda todo, aunque a veces se nos olvide que no es posible sin la contribución de todos. Señalaba tres tipos de ciudadanos: "hobbits, hooligans y vulcanianos". Los que pasan, los forofos y los que piensan en la acción pública como cálculo racional. Ciertamente es una caricatura, pero, a menudo, los ciudadanos debemos ponernos en el espejo de nuestro propio comportamiento antes de lanzarnos por la fácil pendiente de la desconfianza en nuestros representantes. De hecho, en la pasada campaña electoral hemos pasado por esos espejos deformantes que formaban parte del paisaje de las viejas ferias. La polarización convivió con la simplificación, pero también hubo debate y puntos de ruptura. Había elección real porque había diferencias reales, existieron distintas concepciones de la política y de sus resultados. Y los ciudadanos participamos de ello. Y la amplia participación dio lugar a unos resultados. Ahora, quienes tienen la responsabilidad son nuestros representantes. Y en ello deben emplearse a fondo. Las cartas están repartidas y con ellas la responsabilidad de llegar a acuerdos y evitar situaciones de bloqueo. Porque la democracia, como sostiene Brennan, no se fortalece solo con una elección sin fin. Su calidad depende también de la capacidad de los elegidos para llegar a acuerdos.

Los poderes indirectos a los que se refería Rosanvallon pueden emplearse en atizar el fuego de la desconfianza o en ayudar a construir espacios de encuentro y de diálogo. La política es la gestión del conflicto social, y éste se ha vuelto más complejo cuando los contornos administrativos se jibarizan ante la dimensión de los retos globales, sin que nuestras disputas locales hayan desaparecido. Le pedimos a la política más, pero como sociedad, debemos contribuir más. La democracia no es solo un sistema de elección, es un ecosistema de convivencia y de participación, y nunca será suficiente insistir en el desarrollo de los marcos de participación público-privados, en el compromiso ciudadano, y en la aportación de entidades y colectivos. La política es un lugar de encuentro, es hora que el ring electoral de paso a la capacidad del propio sistema para gestionar esas preferencias ciudadanas, porque la impolítica no es una opción.

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