El uso torticero del "caso Musel"

Francisco García

Francisco García

En su día se dijo que la obra de El Musel iba a servir a Europa para reprender a España del frecuente recurso del sobrecoste en las grandes obras públicas, que había que dar un escarmiento al país que siempre echaba mal las cuentas. De tal forma que de ser cierta esa teoría, la patada en el culo a una práctica cuestionable recayó en las posaderas de Fernando Menéndez Rexach y Pepe Díaz Rato, a la sazón presidente de la Autoridad Portuaria de Gijón y director de la obra faraónica, respectivamente, que durante años cargaron con el sambenito de malversadores y pufistas. La Audiencia Nacional los ha absuelto. Seguramente merecen ambos pública reparación.

Parece lógico que a un burócrata alemán de Bruselas, de cuadriculada mentalidad calvinista, le escandalice que un actuación beneficiada de fondos europeos y presupuestada en 579,2 millones de euros se acabe disparando hasta los 708. Ese dineral dio pie a una denuncia que ahora la Justicia considera infundada, a la intervención de la oficina europea contra el fraude, la temible OLAF -cuyos técnicos se han cubierto de gloria- y a un proceso judicial larguísimo, de toneladas de folios, que acaba de resolverse con la absolución de la veintena de encausados. Además del daño personal y del coste económico de tan dilatado proceso, el “caso Musel” que quedó en agua de mar de borrajas se utilizó groseramente como arma arrojadiza política. Cierta izquierda aprovechó lo que ahora la Audiencia Nacional ha dictaminado que ni siquiera debió llegar a juicio para criminalizar a un candidato socialista en Gijón y evitar un pacto que hubiera devuelto la Alcaldía al PSOE. El bastón de mando lo cogió Carmen Moriyón, con la muleta del estrambótico Xixón Sí Puede. Curioso caso el de la cirujana, tres veces alcaldesa sin ganar una sola vez les elecciones.

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