Puigdemont y el principio de incertidumbre

Francisco García

Francisco García

En política, como en mecánica cuántica, nunca podemos estar seguros de nada. Por muy presumible que pareciera que el PSOE obtendría el apoyo de los separatistas catalanes para gobernar la Mesa del Congreso, se avecina una legislatura basada en el principio de incertidumbre de Heisenberg: la materia no es estática ni predecible.

En el nuevo mandato se ha introducido un electrón cuyos movimientos se antojan inciertos y aleatorios, capaz de instaurar en el sistema un funcionamiento basado en el caos. Como una partícula microscópica, Puigdemont no tiene una posición determinada ni camina en una única dirección. De hecho, puede dirigirse a infinitos lugares en un mismo momento. Encaminarse sin previo aviso del so al arre, del palo a la zanahoria, del aprieto al ahogo.

La primera certeza de esta incertidumbre es que Sánchez está dispuesto a pagar cualquier precio con tal de permanecer en la poltrona, aún a sabiendas que la legislatura se puede convertir en un potro de torturas o en un polvorín. El acuerdo sobre la campana con los secuaces de Puigdemont y catalanista de distinta ralea obliga al PSOE a normalizar el uso del catalán en las instituciones, incluso en las europeas, “desjudicializar” el procés e investigar las ramificaciones catalanas de “Pegasus”. O sea, que las víctimas son ellos del Estado español y sus cloacas y no el Estado español de los afanes más miserables del secesionismo.

Nos encontramos a un paso del precipicio y conviene advertirlo, para que nadie, en un futuro próximo, se llame andana: la legitimación de la amnistía conlleva la deslegitimación jurídica del constitucionalismo. No son presos políticos, son delincuentes. Con la compra de los votos de Junts y ERC, Sánchez culmina el proceso de impunidad que comenzó con los indultos y tuvo su punto álgido con la reforma del delito de sedición. Pasito a pasito, suave suavecito.

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