Divaneos

La negativa influencia del poder

La mala cabeza de muchas figuras de autoridad

José Luis Salinas

José Luis Salinas

Un desconocido que se hace pasar por policía hace una llamada a un restaurante de comida rápida, aparentemente al azar, y sin más autoridad que la de un nombre falso y una voz sin titubeos pregunta por el encargado. Le dice que una de sus empleadas, de la que da una descripción tremendamente genérica (del tipo: es morena y menuda) ha robado a una clienta y le pide que la lleve al despacho de la tienda para interrogarla mientras él va guiando todo el proceso por teléfono y a muchísimos kilómetros de distancia. Lo que se supone que es un interrogatorio acaba por convertirse en una serie continuada de abusos. Ordena a los encargados que desvistan por completo a su empleada; que la hagan saltar; hacer ejercicios; o que le den cachetes en el culo. En una inmensa mayoría, al menos así lo refleja un documental que está en una de esas conocidas cadenas de "streaming", obedecen sin rechistar y sin ponerle ni un pero al bromista telefónico. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué una inmensa mayoría cree a pies juntillas a una voz que dice ser autorizada? Lo escrito hasta ahora no es el argumento de una película o de una novela. Ocurrió de verdad en Estados Unidos, la mal llamada tierra de la libertad y las oportunidades.

El psicólogo Stanley Milgram desarrolló en la década de los sesenta un experimento que hasta lleva su nombre ("Experimento de Milgram") en el que evalúa la razón por la que las personas obedecen órdenes de una figura de autoridad incluso cuando parecen ir en contra de su conciencia o de sus ideales. El estudio involucró a participantes que creían que estaban administrando descargas eléctricas a otras personas por dar respuestas incorrectas en pruebas sencillas de conocimiento general. Lo que los participantes no sabían era que el aprendiz estaba compinchado con el investigador y en realidad no estaba recibiendo descargas eléctricas reales y que sus reacciones estaban siendo fingidas.

Lo que sorprendió a muchos fue que la mayoría de los sujetos experimentales continuó administrando las descargas eléctricas a pesar de que aquellos que respondían incorrectamente expresaban un dolor extremo, súplicas y en algunos casos dejaban de responder por completo. Pero la figura de autoridad (el investigador) instaba a los participantes a seguir adelante y a cumplir con el experimento, incluso cuando mostraban dudas o inquietudes. La conclusión a la que llegó el investigador es que las personas pueden estar dispuestas a cometer actos moralmente cuestionables o contrarios a su conciencia bajo la influencia de alguna figura de autoridad. El experimento, no obstante, generó debate por culpa de sus implicaciones éticas. Hubo participantes que experimentaron cierta angustia al creer que habían causado dolor real a otra personas. Minucias porque el experimento de Milgram continúa siendo un punto de referencia sobre cómo las autoridades y las presiones sociales pueden influir en el comportamiento humano.

No es el único. El psicólogo social Philip Zimbardo popularizó el conocido como "Efecto Lucifer", que se originó a partir del conocido como experimento de la prisión de Stanford, allá por 1971. El experimentador simuló que había creado una prisión en el sótano de la Universidad de Stanford y fue asigándole a los participantes roles de prisioneros y de guardias con el objetivo de indagar en la forma en la que las personas se adaptan a los roles de autoridad y sumisión en un entorno simulado. Sin embargo, el experimento tomó un rumbo preocupante cuando aquellos que desempeñaban el papel de guardias comenzaron a ejercer abuso y comportamientos degradantes hacia los prisioneros, lo que provocó que el experimento se suspendiera antes de lo planeado debido a la rapidísima degeneración de las interacciones. Un paréntesis, el experimento ocurrió en un entorno que no era real, pero (de forma más suave) todos tenemos ejemplos clarísimos a nuestro alrededor de personas a las que un cargo de autoridad se les sube a la cabeza y se aprovechan de sus subordinados a los que someten a una clara sumisión. No es solo una cuestión de personalidad, en aquellos que acaban por tocar poder, la moralidad individual, las dinámicas de poder y las presiones sociales pueden influir en la conducta. No saber cómo manejar el poder corrompe, a uno mismo y a los demás.

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