Sol y sombra

Copos de nieve

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Me he refugiado del calor en un libro, "Lenguas vivas" (Eterna Cadencia), hermoso e inclasificable, de historias mínimas y precisas, del argentino Luis Sagasti, que escribe de un copo de nieve colgando de una rama desnuda en el bosque de Skjolden. Cerca de la cabaña noruega donde se fue a vivir Wittgenstein, convencido de que el frío le ayudaba a pensar. Los copos eran sorprendidos, cada tanto, por un haz de sol y dejaban ver los cristales como las líneas más rectas de la naturaleza que fotografió el meteorólogo de Vermont, Wilson Bentley, con un microscopio adosado a una de aquellas cámaras de fuelles de entonces. Hablamos de finales del siglo XIX. Antes de morir a causa de una neumonía que pescó precisamente tras una feroz tormenta invernal, Bentley dejó escrito: "Cuando un copo de nieve se fundía, toda esa belleza se iba sin dejar ningún recuerdo". Inicialmente había intentado dibujarlos utilizando el aumento pero el cristal, cuenta Sagasti, se derretía antes de reproducir en el papel la complejidad de sus formas. Bentley fotografió más de cinco mil para llegar a la conclusión de que no hubo ni habrá jamás dos cristales iguales.

Por poco que se observe apenas hay nada que se parezca en la naturaleza. Cada estación del año tiene un momento sublime. Los campos con el brillo exuberante y continuo de la primavera, los colores que mueren largamente en las tarde de junio que preceden al verano, los cielos profundos y el aire afilado del otoño, o el despertar oscuro del invierno. Son los caprichos de las horas. Pero el mayor goce puede que esté en la atemporalidad de un paisaje seleccionado al azar, que decía Nabokov. Para ello tenemos que pretender, como el meteorólogo de la historia de Sagasti, la inmortalidad de la nieve de belleza geométrica que acalla los sonidos humanos y actúa como un aislante térmico. Incluso cuando la imaginamos en medio de una ola insoportable de calor.

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