Estaciones de vía crucis

Francisco García

Francisco García

En la verbena de Maruja Mallo en que se ha convertido esta región, donde se empieza la casa decorando las tejas y se cimenta con plastilina, va a llegar el AVE con generoso retraso y no tendrá estaciones dónde parar, salvo decorados de cartón piedra. Han pasado dos décadas desde que se iniciaron las obras de la Variante de Pajares, en febrero de 2004: han desfilado cuatro presidentes de España y cinco del Principado, otros tantos o más ministros y “ministrines” y nadie miró para el caserón de la calle Uría. Se han gastado cuatro mil millones de euros en la gran actuación ferroviaria y nadie cayó en la cuenta de que la estación de Oviedo no está preparada para la avalancha prevista de la alta velocidad ferroviaria. De tal manera que si se cumplen los plazos y el primer convoy comercial cruza el monumental túnel en noviembre, la llegada a la capital del Principado resultará fantasmagórica y a empellones.

¿Falta de previsión? ¿Decisiones inapropiadas? ¿Desidia política y desinterés de los mandamases de turno? Sumen todos esos ingredientes al cóctel y empapen el contenido líquido en pan ácimo: al primer trago y al primer mordisco comprenderán que Asturias no se merece el permanente canto a la improvisación. Planificar no parece verbo del diccionario autonómico. En el paraíso natural el bosquejo impide ver los árboles del porvenir.

Y no es cuestión sólo capitalina: en Gijón llevan años con una estación provisional periférica que se eterniza después de dinamitar otra bien coqueta en el corazón de la ciudad. Una estación, la gijonesa, que parece fabricada para la casa de muñecas de la señorita Pepis o como si lo que fuera a arribar a término fuera el Ibertrén de los Reyes Magos. Y así nos va, sin más estaciones que las catorce del vía crucis o las cuatro de Vivaldi.

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