La avioneta de Denys

Carlos Fernández

Carlos Fernández

Sí, Meryl Streep es mucho más atractiva que Coppola, y no digamos que Woody Allen, en esto vamos mejorando, y como actriz, se sale, o sea que muy bien. Con ella, además, se cubren plenamente los dos objetivos sustantivos: Reconocimiento a la valía de la persona o institución premiada, y sonoridad de los Premios.

La avioneta de Denys

La avioneta de Denys / Carlos Fernández

Me confieso un hincha de este fregao. Vaya ello por delante. La tarde de los viernes de la entrega, para mi es sagrada. Tele, sillón de orejas, algo para tomar en la mesina de al lado, el mando, y no estoy pa nadie. Porque mi objetivo es escucar, que es distinto de escuchar; siempre se pilla algo. Desde que arrancan los coches azules con sus cromados brillantes en el Reconquista hasta que sale toda la banda, de noche ya, del Campoamor. También me apunto el sábado a la visita al Pueblo Ejemplar, que es mejor pozu pa pescar anécdotas que el viernes. Y se ve lo duro que es el oficio de reyes. Vale, para eso cobran. Mientras van en el mercedes real, como en los cuentos de los Hermanos Grimm, el edecán, o como se llame ahora, les va leyendo el guión: «Hay autorizados siete rapacinos para coger en brazos; el nietín de la alcaldesa, de dos años, va a pintar con un rotulador una corona en un DIN A-4, se llama Paquín y tienen que recoger S.S. M.M. el dibujo; toquen sin miedo a la xata la rifa, la han revisado los de seguridad ayer...». Pero lo que espero con ansia son los discursos de los premiados. Los del Rey y la Princesa ya se sabe, están redactados sabe Dios por quien, y se escuchan solo para pillarlos cuando trastabillan.

No había oído hablar de Nuccio Ordine hasta que le concedieron el galardón. Fui a la librería de siempre a por una obra suya –cualquiera–. Con el ejemplar bajo el brazo entré en una cafetería. Pedí algo. Me puse a leer. Empecé a subrayar. En la quinta página me di cuenta que iba subrayando todo el texto. Dejé de hacerlo. Del Murakami sí sabía. Vi a mi hija con un libro suyo. «¿Quien ye esi puntu?» –le pregunté–. «Es el segundo libro de él que leo; el primero me gustó. Por lo que veo siempre hay un personaje deprimido». «Tien cara de sospechosu». «Claro, papá, es japones». Le pregunté a mi hijo, que lee y escribe la de su madre. Me dijo que gustaba mucho a los que no eran muy lectores, por tanto escritura fácil de entrar, que estaba de moda, y que no tenía buen carácter. A mí eso...

De forma inesperada falleció Nuccio Ordine, por lo que me quedé sin su discurso. Pocos días después le sucedió lo mismo a la premiada en Ciencias Sociales. Oí la noticia por la tele en un chigre; un paisano a mi lado dijo: «¡Este año van todos, como los de la tumba de Tutankamón. Si me llamen a mi les digo que pa su madre!». Detrás de la barra, un letrero decía «Prueben nuestros pinchines». El de Tutankamón le dijo al camarero: «Oye, ese letrero está mal, en Asturias lo de pinchines rechina». «¡Noo -respondió el camarero- ye que está sin acabar, todavía no pusimos lo de pinchinas y pinchinos!». No deja de ser un asunto de palabras, de literatura, en suma, que es lo que alimenta la vida. Porque necesitamos soñar. Por eso vamos todos a la Fábrica de Armas de la Vega a ver la furgoneta de «Los Puentes de Mádison» o la avioneta del Denys y la Blixen de «Memorias de África». Andamos con cara seria, pero por dentro no somos más que un puñado de sentimentales que nos pirramos por las historias de amor arrebatado. Claro, es lo más guapo del mundo.

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