El curso que amamos a Meryl Streep

Meryl Streep, Premio Princesa de Asturias de las Artes 2023

Meryl Streep, Premio Princesa de Asturias de las Artes 2023 / Paco Paredes

Francisco García

Francisco García

Hubo una generación cinéfila que perdió la cabeza por Kim Novak; otra que quedó varada en las curvas de Brigitte Bardot. El amor platónico de la nuestra fue Meryl Streep, a la saboreamos estos días paseando por Oviedo, bailando al son de la gaita, reflexionando con Banderas acerca de las verdades y las mentiras del cinematógrafo y hablando de la familia y de la vida con medio millar de bachilleres asturianos.

En sus decenas de películas la vimos enamorarse de De Niro, de Eastwood, de Redford y en cualquier papel siempre fue la mujer soñada, a cualquier edad. Tal es su maestrazgo que en Hollywood se decía que ninguna actriz nacida antes de 1960 podría conseguir un papel a menos que Meryl lo hubiera rechazado antes.

En el celuloide y en el patio de butacas, muchos la amamos. Pero ella solo tuvo dos grandes amores y el segundo, el escultor Don Gummer, aún le dura y hoy merecería un Oscar al mejor acompañante. El primero, le partió el corazón. John Cazale, ese imponente actor que interpretó a Fredo Corleone en “El Padrino”, fue su pareja. Juntos trabajaron en “El cazador”, de Cimino (o “El francotirador”, que era su nombre original en inglés). Durante el rodaje de ese recomendable peliculón, Cazale empezó a vomitar sangre. Los médicos le detectaron un cáncer y le auguraron una esperanza de vida de tres meses, aunque se equivocaron en dos años. Por su debilitamiento, estuvieron a punto de retirarle del reparto, pero De Niro, cabeza de cartel, amenazó con abandonar el rodaje. El gran actor italo-americano costeó el seguro médico para el tratamiento y Pacino, su amigo del alma, le acompañaba a las sesiones de quimioterapia. La muerte se lo llevó temprano, pero del corazón roto emergió una luz cegadora que hace que cuando Meryl Streep irrumpe en la escena la pantalla se ilumina.

Suscríbete para seguir leyendo